L´ecologisme és un egoisme, un modesto ensayo que publiqué hace 10 años, no fue bien recibido. Entonces se imponía una propaganda ecologista basada en Salvemos la vida, salvemos el planeta. Yo protestaba del abuso de estos eslóganes, porque la existencia de la vida y del planeta no dependen de la especie humana, como publicitariamente nos querían hacer creer. Algún biólogo ecologista reaccionó indignado, pero yo seguía pensando que la lógica de mi argumentación era válida.

Y ahora leo una excelente entrevista de Víctor M. Amela con Lynn Margulis, catedrática de Geociencia en la Universidad de Massachusetts (EEUU). El periodista le pregunta: "¿La especie humana pone en peligro la vida planetaria?". Respuesta: "Ja, ja... ¡No sea tan vanidoso! ¡Cuánta arrogancia especiecentrista! Aunque así lo quisiera, la especie humana no podría destruir la vida en este planeta. Ni tan siquiera somos importantes para la vida, que ya existía antes de nosotros y continuará sin nosotros".

Lynn Margulis habla de las bacterias, que "son maravillosas formas de vida", y me recuerda lo que yo indicaba: defendemos la vida bacteriana cuando la necesitamos --en la flora intestinal, por ejemplo-- y exterminamos las formas de vida que nos provocan el tifus, la difteria; declaramos especies protegidas las que no nos perjudican, pero matamos insectos, ratas...

Negar este egoísmo lícito y sustituirlo por una especie de apostolado desinteresado en favor de la vida --en general--, es hacer trampa científica y moral. Un anuncio de ADENA, cuando apareció mi libro, lo precisaba: había que defender el medio ambiente "en beneficio propio y en el de las generaciones futuras". Y la llamada no podía ser más clara: "Por puro egoísmo".

A pesar de todo, mis reflexiones escandalizaron a algunos. El libro salió con 10 años de antelación. Fue un error.

Si se publicara ahora, podría ser defendido con el prestigio de Lynn Margulis: "¡Cuánta arrogancia egocéntrica la de nuestra especie, que cree que puede destruir la vida del planeta!".