La guerra de Irak puede suponer un antes y un después en la situación del mundo y en la articulación de las relaciones internacionales. Todos tenemos la responsabilidad de que esta transformación abra una nueva época en las relaciones internacionales que signifique una oportunidad para construir un mundo más pacífico, más justo y más respetuoso con los derechos humanos, las normas del Estado de derecho y la democracia. Desde el Círculo, defendemos un mundo multipolar y gobernado por organizaciones internacionales multilaterales.

Desde la caída brusca del muro de Berlín en 1989, EEUU se ha convertido en el actor dominante de la escena internacional y su política exterior tiene tendencia a adoptar decisiones unilaterales. Simultáneamente, han aparecido nuevos actores como la Unión Europea y China que --a pesar de sus limitaciones en el orden político, económico o militar-- pueden adquirir un protagonismo creciente y ejercer un cierto equilibrio ante la posición dominante de EEUU.

Lis últimos años se han dado avances importantes en el ordenamiento internacional multilateral. El Tribunal Penal Internacional, el Protocolo de Kioto o la Declaración de Johanesburgo son manifestaciones de la voluntad de una amplia mayoría de países para sentar las bases de un futuro consenso mundial para favorecer el avance de la democracia en el mundo y el futuro sostenible de la humanidad.

La guerra de Irak podría paralizar estos primeros progresos. Sin embargo, la realidad puede ser muy distinta. No obstante, la aparición de una opinión pública mundial y la constatación de que necesitamos organismos multilaterales como la ONU, son dos elementos positivos que han emergido fortalecidos de la crisis.

Esta situación ha coincidido con el proceso que vive la UE de ampliación al Este, la Convención que redacta su futuro constitucional y el refuerzo de sus políticas con los países de la ribera sur del Mediterráneo. La UE tiene que ser capaz de establecer un marco privilegiado de relaciones con EEUU y de apostar decididamente a favor de unas instituciones internacionales multilaterales, reforzadas y capaces de afrontar los retos de un mundo en transformación. La opinión pública europea, lo reclama de manera unánime.

Pero Europa no podrá asumir ese papel sin una política exterior única y una capacidad de defensa e intervención exterior propia que la haga creíble. Una política común en estos dos ámbitos, unida al espacio económico y monetario del que ya disfrutamos, haría realidad el sueño de los primeros impulsores del proyecto europeo.

Desde hace 50 años Europa ha sido el eje central de la política exterior española y en ese espacio europeo ha encontrado su fuente de estímulo y progreso. En lo económico, accediendo a un mercado que nos ha brindado la oportunidad de acercarnos a los niveles de bienestar de los países más desarrollados. En lo político, encontrando el apoyo de las democracias europeas a nuestro proceso de democratización. En lo social, incorporando el modelo de bienestar que ha dado cohesión social y territorial. España forma ya parte de ese núcleo central de países que conforman las políticas de la UE.

El Círculo de Economía nació, en los años 50, como manifestación de la voluntad de sectores renovadores de la sociedad catalana y española por participar activamente del proyecto de integración europea. En las circunstancias actuales, el Círculo cree que sólo cabe reforzar el compromiso inequívoco con el desarrollo y consolidación del proyecto de la UE. Una Unión que puede, y debe, salir reforzada de esta crisis.

En este proceso, España ha de aspirar a ejercer el protagonismo que le corresponde, tanto en el ámbito europeo como en el de las relaciones internacionales. Pero ese protagonismo sólo podrá ejercerse, de forma sólida y continuada, a partir de un consenso básico sobre la política exterior española, compartido por las principales fuerzas políticas.

Por todo ello, queremos reclamar todo el esfuerzo necesario a nuestros representantes políticos para reconstruir ese consenso básico, que ha existido desde los inicios de la democracia.