El mismo día en que, en el norte de Irak, los kurdos recibían con flores al nuevo gobernador militar del país, el general en la reserva Jay Garner, un millón de shiís convertían su primera peregrinación autorizada a la ciudad santa de Kerbala en una manifestación de repudio de la ocupación militar de EEUU y a favor de una república islámica. Las peligrosas contradicciones internas de Irak se han desatado en medio del caos provocado por el derrumbe del régimen a cañonazos, sin haber forjado antes una alternativa viable a la dictadura de Sadam Husein.

Los planes de Estados Unidos para la transición política en Irak parecen tan poco fundamentados como la previsión de que su Ejército desfilaría por el país entre los vítores de los civiles. Si el presidente de Estados Unidos George Bush se plantea ceder el poder a la voluntad soberana de los iraquís, es difícil prever cómo evitará que el grupo religioso mayoritario del país, los musulmanes shiís, impongan un Estado islámico de inspiración iraní. Y menos después de los agravios y rencores provocados por una liberación a sangre y fuego. La alternativa, un Gobierno títere sostenido sólo gracias a una prolongada ocupación de corte colonial, tampoco garantiza otro final distinto.