La agresión de la coalición anglonorteamericana y de sus adláteres a Irak vino envuelta en una sarta de mentiras y falsedades. Entre tanto engaño, ¿quién recuerda al que proclamó que el mundo era más seguro sin Sadam Husein? Era la promesa de un futuro mejor augurado por un desmedido líder europeo, de vocación mundial, obsesionado en su combate personal contra el terrorismo. Muerto el perro, se acabó la rabia. El 13 de mayo, el líder visionario fue sacado brutalmente de su error. Un ataque suicida en Riad provocó decenas de muertos y casi 200 heridos. Fue atribuido a Al Qaeda. Washington reprochó a Riad no haber controlado a los violentos; y Riad, por su parte, recordó que hace meses advirtió a EEUU de la posibilidad de un ataque de esta envergadura.

Lo cierto es que ya hace años que Arabia Saudí perdió la condición de gran aliado de EEUU en la zona y que, gracias a la guerra contra Irak, Washington está desmantelando sus bases militares en ese país. También es cierto que la monarquía saudí financió a extremistas islámicos con el objetivo de frenar los movimientos democratizadores en el mundo árabe e, incluso, infiltrarse en los grupos de emigrantes árabes en Europa. La desaparición de Sadam no ha traído la paz al mundo; por el contrario, ha incrementado la inestabilidad en Oriente Próximo y también en el Magreb. Los mortíferos atentados suicidas del viernes en Casablanca tienen un doble significado. Amplian el escenario de la violencia al norte de África y, precisamente, al país que se creía inmunizado de esta enfermedad demencial. Y ponen en el punto de mira a España y pulverizan aquel viejo lema de la tradicional amistad entre las dos monarquías. España, para todos los árabes, es una de las potencias agresoras de Irak y, por si fuera poco, ahora se convierte en fuerza ocupante de un país árabe.

Si a todo esto se le suman los desaciertos de la diplomacia española en los últimos tiempos, desde nuestra posición en el contencioso saharaui hasta la hazaña bélica de Perejil y los desaires al Gobierno marroquí y al trono alauí, tendremos la respuesta a las promesas del mundo más seguro, a la oportunidad de estar al lado de los poderosos y a la lucha sideral contra el terrorismo. El Gobierno de Aznar puede y debe atribuirse todos los méritos de tan desafortunada actuación. Como se sospechaba, desde ahora, España está, por derecho propio, en el objetivo de la violencia islámica y difícilmente en el futuro podrá irrogarse el papel de intermediario entre el mundo árabe y Occidente.

La acción militar contra Irak, aparte situarse al margen de toda legalidad internacional, pone al descubierto una arrogancia y una insuperable ignorancia de la realidad del mundo árabe para el cuál el siglo XX fue un tiempo de dominación colonial que ha contrariado todos sus proyectos modernizadores y que se agravó con la creación del Estado de Israel. Esta es la percepción que tienen los árabes de su realidad. El siglo XXI se les presenta aún más amenazador. Irak es hoy un país ocupado por varios países occidentales. Se soberanía está hipotecada y se ignora la duración de la ocupación militar. Estamos ante una figura que no tiene encaje alguno con la legalidad internacional: un protectorado, dirigido por EEUU y compartido con otros ejércitos extranjeros.

¿Durante cuánto tiempo soportarán iraquís y árabes esta ocupación extranjera? Hoy hay varias respuestas. Una, desde luego, es la perpetuación sine die y a sangre y fuego de la ocupación. Pero, hay otra que ya se dibuja en el horizonte. Por lo que se aprecia en los últimos días, el chiismo bien puede ser la llave que devuelva al pueblo iraquí su soberanía. Son espectaculares las aclamaciones con que son recibidos los clérigos que retornan del exilio. Más significativo aún es el ejemplo de organización, tanto policial como asistencial, que están dando las ciudades en las que son mayoría los chiís, demostrando su capacidad de penetración en el tejido social.

La visita del presidente iraní, Jatami, a Beirut, es todo un símbolo del poder de expansión de la revolución y del modelo jomeinista, tan mal entendido por Occidente. No es difícil imaginar el eco de estas palabras de Jatami en todo el mundo árabe: "La peor forma de terrorismo es la ocupación de la tierra y la expulsión de sus pueblos de ella". Y ésta otra: "Hay que establecer un orden mundial regido por la ética y la sabiduría para poner fin al mundo de las tinieblas". Es posible que EEUU logre aquello en que han fracasado todos los líderes, desde Nasser a Gadafi: Unificar al mundo árabe, desde Bagdad a Rabat, bajo la bandera de la religión y con la proclama del combate contra el colonialismo.