En una plaza hay un surtidor, y el surtidor ha dejado de funcionar. El ayuntamiento ha solicitado presupuesto para la reparación. Dicen que, según lo que cueste, sería mejor reconstruir la plaza de arriba a abajo y utilizar el dinero para hacerla más moderna. Sin surtidor, supongo. Porque si este surtidor ha fallado al cabo de nueve años, ¿qué ocurrirá si el nuevo ya no sirve dentro de cuatro años? Es una plaza que fue muy discutida cuando la inauguraron, y si la que se proyecte también lo fuera, como es posible, la existencia de una nueva fuente estropeada sería una ocasión magnífica para volver a diseñar la plaza.

Hubo una época en la que inaugurar una plaza con un pequeño surtidor y tres miniparterres era obligado. El pequeño surtidor era más bien ridículo, pero alguien creía que quedaba "mono". Cuando fallaba el agua y las plantas se marchitaban sin ser sustituidas, el invento daba pena. Una fuente que no mana es muy fea, se le ve el esqueleto, la piel de agua no lo disimula.

Tengo la impresión de que hace ya tiempo que no sabemos construir plazas. Tenemos algunas históricas y algunas populares. Las mejores suelen tener el centro vacío, y no es casualidad. Porque, a mi entender, el error es querer poner algo en el centro de la plaza. Siempre existe el peligro de instalar allí un monumento demasiado grande o algún ornamento minúsculo que "haga bonito". Si la plaza es coherente, proporcionada, lo más prudente es no añadir nada. Si la dejamos vacía, no es cierto que allí no haya nada. Hay algo importantísimo, que es el espacio. El espacio que crea la plaza. Pero somos decorativistas. Añadidores. Nos gusta hacer puzzles urbanísticos, pero con piezas que no encajan. En cambio, nos cuesta tener una visión estructural. "Small is beautiful", lo pequeño es bonito, se propagó. Qué quieren que les diga, los pequeños azulejos que decoran fachadas y establecimientos tienen vocación de caerse. "La solidez es bonita", propongo.