El ministro de Defensa, señor Bono, ha estado en Barcelona, y no ha dejado escapar la ocasión para visitar la exposición de los famosos guerreros chinos de Xian. El resto de lo que hay en el Fórum Universal de las Culturas le ha interesado escasamente. Irónicamente, algunos medios han señalado que ha venido para pasar revista a los famosos soldados.

Para una persona tan entregada en cuerpo y alma a los asuntos de la milicia, el viaje a Barcelona, sin otro objetivo, estaría ya del todo justificado. Nada puede complacerle tanto como pasar marcialmente ante la formación de los históricos combatientes imperiales. Uno cree no equivocarse si afirma que ha cumplido un sueño.

Cómo disfrutaría ahora el señor Bono si en las tierras ibéricas a alguien se le hubiera ocurrido, hace 2.000 años, hacer una cosa igual: modelar en terracota a los valerosos indígenas que, con su adalid Viriato al frente, trataron de frenar a los invasores romanos. O a los ilergetes Indíbil y Mandonio, que fueron paisanos del columnista y que no por catalanes no gozan del aprecio de los amantes de las gestas hispánicas. Visitante que pasara por su despacho ministerial saldría con una reproducción de aquella tropa.

El titular de Defensa ha pasado por Barcelona y era obligado que hiciera algún tipo de declaración sobre el proyectado Museo de la Paz que ha de instalarse en el Castillo de Montjuïc. Como decimos los catalanes, puede decirse que ha venido para meter cucharada en el asunto, más liado que nunca, después de los entusiasmos iniciales. ¿Qué ha de contener el museo? Los enterados en temas museísticos y de la paz han empezado a polemizar y no se aclaran.

Que el señor Bono no lo complique más. El Museo de la Paz podría verse más controvertido que el de Banyoles con su famoso negro.