En los últimos años el litoral castellonense, al igual que algunos destinos mediterráneos españoles, está presentando en su modelo turístico de "sol y playa masivo" síntomas de agotamiento y de madurez. Esta situación queda reflejada en algunos aspectos como: la fuerte estacionalización; la masificación, fruto del incremento en los últimos años del ya tradicional desequilibrio entre la oferta de segundas residencias (fundamentalmente apartamentos) con respecto al alojamiento reglado turístico, representado aquellas el 94´1% de la capacidad de alojamiento; la escasez de oferta complementaria y de productos específicos, etc. Ello ha supuesto que en el período estival, por un lado, el territorio esté excesivamente tensionado dejando patentes los déficits en infraestructuras y servicios, y por otro, vayamos acogiendo un perfil de turista menos exigente "acomodaticio" y con un nivel de gasto bajo con escasos efectos multiplicadores desde el punto de vista económico, lo que a su vez nos va marcando la tipología de las empresas comerciales y de servicio en el litoral.

A esta situación en parte se ha llegado porque no se han tenido en cuenta suficientemente que los procesos de mundialización generarían nuevos escenarios turísticos. En estos procesos destacan básicamente el abaratamiento de los costes del transporte aéreo y las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación que han facilitado en la búsqueda de economías de escala cambios en las estructuras de las empresas turísticas con concentraciones verticales y horizontales, a la vez que han dado la oportunidad a la entrada de nuevos agentes en la actividad turística.

A su vez estas dinámicas han influido de forma rápida en los mercados creando un turista más experimentado, más viajero y exigente con los destinos que visita, dando en su grado de satisfacción percibida una valoración global del destino en donde convergen tanto aspectos propios del sector privado como del público. Además estamos ante un nuevo turista que en su cadena de valor de la satisfacción percibida en el destino tiene en cuenta tanto aspectos tangibles como intangibles, es decir, el estado de las capacidades de acogida tanto de carácter físico-medio ambiental como económico, social o cultural.

Así pues, ante la situación creada, influenciada por un contexto internacional de desaceleración económica y de inestabilidad geopolítica, nos debe hacer reflexionar para ir reconduciendo "el modelo" en la búsqueda del posicionamiento de nuestros destinos turísticos. Si bien no es tarea fácil, partimos de la convicción de que siempre se está a tiempo de reconducir situaciones si se aplican instrumentos que nos garanticen la sostenibilidad de los destinos vía diferenciación, diversificación y calidad medio-ambiental. Por esa vía podemos acceder a ese nuevo perfil de turista, como lo han hecho algunos destinos atlánticos, que permita a los empresarios no caer en la competitividad vía precios, lo que sería fatal teniendo en cuenta que estamos convergiendo vía rentas con los países emisores de turistas, de lo que se podrían aprovechar otros países mediterráneos de rentas más bajas como Croacia, Turquía o Túnez.

Para ello necesitamos reestructurar los destinos y generar productos diferenciados en función de sus valores preturísticos, cuyas bases se encuentran en los aspectos culturales, socio-económicos y en sus recursos naturales. El análisis y el diagnóstico de estas bases más el de los elementos del sistema turístico (recursos turísticos, demanda, empresas y factores que remodelan la oferta, caso de las infraestructuras, equipamientos y servicios) nos permitirán con mayor conocimiento de causa generar estrategias de desarrollo turístico integrado, ajustando los productos a las potencialidades de cada municipio o destino.

Sin embargo, la situación es todavía más compleja debido a la importancia que en la oferta de alojamiento representan las segundas residencias y el territorio que implican, lo que hace que ello trascienda a la propia administración turística. Al respecto señalar que en los futuros proyectos urbanísticos, dada la fragilidad del territorio y su limitación, aquellos deben enfocar los beneficios socio-económicos por unidad de espacio en términos cualitativos a medio plazo generando escenarios atractivos en lugar de cuantitativos a corto plazo, para que ese modelo a su vez proporcione sinergias sobre la población local en términos de renta y empleo facilitando paralelamente una mayor cohesión social.

En definitiva, se tendrían que realizar desde los principios de sostenibilidad actuaciones en los destinos turísticos en términos cualitativos, invirtiendo en equipamientos de diversificación e identificación siempre en función de los recursos preturísticos de cada destino, siendo éstos a su vez reforzados con infraestructuras y servicios que resulten adecuadas. De esta forma podremos generar escenarios turísticos desde la singularidad de cada espacio. Para ello, dada la complejidad existente, se hace necesario generar, una vez realizados los diagnósticos pertinentes, dinámicas de concertación público-privada tanto de carácter sectorial como de carácter transversal (dado que hay aspectos que exceden a la propia administración turística), para que de ese modo los espacios turísticos queden integrados adecuadamente en el marco de la ordenación del territorio.