Mientras disfruto con mis metáforas plantando las torres de arena sobre la playa, para que el mar las vaya deshaciendo poco a poco con sus olas, aparecen seres humanos que vienen a verme con el deseo de ayudarme. Uno va y me dice: Adivina lo que quiere decir con lo que te digo. Te doy la madeja, sace tu el ovillo.

Quedé un tanto perplejo, pues desde el humo de los barcos me llegaban ecos de días y de horas, de años y de tiempos. Y una voz me contaba que el calendario gregoriano introducido por el Papa Gregorio XIII constituye una modificación al calendario juliano, adoptado por Julio César en el año 45 antes de Cristo, que fue seguido en la Europa cristiana, por todos nosotros, hasta la admisión del calendario gregoriano ya a partir de 1582. Está basado, como saben los estudiosos, en el tiempo que tarda la Tierra en girar alrededor del Sol. Los mortales paseantes de la playa de la Almadraba, sabemos que los años comunes constan de 365 días, aunque también hay años bisiestos con un día más, día que se coloca en el calendario antes del 1 de marzo y se denomina 29 de febrero.

Estas meditaciones en voz alta de mi informador, respondían según él, a la necesidad que tenemos de conocer algunos aspectos de la historia europea cuando los políticos preparan la redacción de la nueva Constitución y algunos creen que el mundo empieza ahora, que Europa es un invento de algunos pensadores modernos y que en estas playas entre el Torreón y el Voramar nos chupamos el dedo. El poeta Blas de Otero ya recordó aquello de que otros vendrán y verán lo que vimos.

El que viene por primera vez a Benicasim en estos últimos dos años es el muy señalado pintor Amat Bellés que para él, su mujer y su pequeño hijo, reserva una habitación por quince días en el hotel Voramar y le saca mucho partido a sus días de descanso. Ahora ya han vuelto a La Pobla, donde están sus raíces y donde vuelven a reunirse la familia y los amigos, pero en uno de los días de mis paseos tuve ocasión de disfrutar con su disertación sobre el color de las algas, tan vivas en el lecho del mar. Me decía que cada mañana al asomarse a la terraza buscaba el azul del cielo y cuando yo le argumentaba que hubo días en los que un tramoyista pintaba alguna nube gris, brillante por los rayos de sol, sobre lo alto de El Palasiet, buscando les agulles de Santagueda o allá donde nace el viento Gregal, él me decía que no, que no le gusta que nadie pinte nubes sobre el cielo, que él quiere llevarse hasta su obra pictórica el azul del cielo de Benicásim en un día claro. Sólo azul y nada más que azul.

Pues que aproveche, chico, yo me limito a contar estas cosas. Y cuento que también ví a Jaime Sales, con su rostro pintado de sol y grana, de tanto volar bajo el cielo azul. Pilar Muñiz, su mujer me dice que el moreno le viene a su marido de vivir en el campo, entre huertos y aromas de azahar.

Tornar a viure...