Menos mal que un obispo, el reverendísimo Sergio Valech, avala el informe Prisión, política y tortura sobre la represión de Pinochet en el periodo entre 1973-1990. El trabajo de investigación realizado en un año va a misa y nadie puede decir que haya falsedades o exageraciones en el testimonio de las 27.000 personas que declaran haber sufrido. Muchas de ellas, además, fueron torturadas con atrocidad. De no ser un prelado el presidente de la comisión investigadora, habría que ver lo que diría el cardenal arzobispo de Santiago de Chile, Francisco Javier Errazuriz, que pide apoyo moral para los torturadores, porque ellos "también sufren".

Uno ha leído resúmenes de las más de mil páginas que ocupan las declaraciones de los torturados y ha leído también unas cuantas frases textuales del cardenal. Se pregunta si las víctimas y el más alto dignatario de la Iglesia chilena están hablando de lo mismo. Cuentan muchos hombres que sufrieron simulacros de fusilamiento y explican algunas mujeres que fueron violadas por perros adiestrados o que fueron obligadas a mantener relaciones sexuales con su padre y su hermano. El cardenal alude a los energúmenos que ideaban estas salvajadas y, en un exceso de caridad cristiana, afirma que son "personas que se portaron mal", expresión que está mejor aplicada al niño travieso que al monstruo cruel que idea torturas o al que las practica.

Están hablando de lo mismo: los que acusan a los militares y el que se compadece de ellos "porque están sufriendo enormemente". Monseñor Errazuriz sabrá lo que hace. Tanta caridad cristiana, tanta comprensión para los torturadores y tanto predicar lo de poner la otra mejilla, que no se queje si provoca un cisma en la Iglesia chilena.