La vida es competitiva y, en la pugna por la audiencia televisiva entre las figuras estelares de las comparecencias ante la comisión investigadora del 11-M, el señor Aznar ha resultado vencedor, con una media de 1.310.000 telespectadores, frente a los 1.178.000 de su adversario, el señor Zapatero.

El PP no ganó las elecciones, pero su jefe ha superado en cuota de pantalla al presidente del Gobierno. Algo es algo. Es el 18,4% contra el 13%. A la vista del resultado, quizá el PP llegue a plantear la sustitución de las elecciones por la medición de la audiencia de los candidatos en una comparecencia televisiva. La victoria en la competición ante las cámaras ha permitido descubrir al señor Aznar como un diamante en bruto de la televisión. Sólo falta que lo pulan un poco. Que se deje de charlas en inglés macarrónico en la Universidad de Georgetown y que se dedique a la televisión. Puede dar nuevos días de gloria a su partido. Habla con la fe del telepredicador iluminado y le sería muy útil que practicara ante las cámaras en alguna cadena amiga. De momento, unas charlas semanales podrían ser muy formativas para la militancia.

Sólo hay un problema. ¿Habría que incluir su presencia en la pequeña pantalla entre los espacios que no conviene que vea la infancia, si queremos que suba sana y feliz, y no con el alma corrompida por la telebasura y la pornografía? Tanto que costó que las cadenas se autorregularán y ahora podríamos estropear lo conseguido. El tema de si debería aparecer después de la medianoche debe estudiarse a fondo. Un dato indicativo de que su presencia en la pequeña pantalla que puede ser funesta para las criaturas: el 29 de noviembre, cuando le vio en el televisor, el hijo de un compañero se echó a llorar de manera desconsolada.