Hace unos días nos habríamos cruzado con ella y habría pasado desapercibida. Era una de tantas. Una mujer anónima. Ahora toda España la conoce. Es Pilar Manjón, la madre Daniel, el chico que el viernes habría cumplido 21 años, cuya vida quedó truncada el 11-S, igual que ocurrió con 191 personas más. En nombre de otras madres como ella y de cientos de familIares, ha hablado esa mujer, que ha puesto 40 millones de corazones emocionados en un puño.

Ante la comisión investigadora de la matanza ha hablado la voz de los sentimientos, que ha denunciado apropiaciones indignas y sectarias de la tragedia. Con sus lágrimas, y las de muchos que la escuchaban, se ha humanizado un recinto que ha sido testigo de la moderna historia del país. Pilar Manjón ha conseguido algo que nadie podía suponer: la unidad de todos los grupos en la autocrítica por la utilización partidista del dolor de unas familias.

Habrá un antes y un después del 15-D. La dolorosa lección de este día será provechosa para el país y su gente. Cada vez que en un tema se olvide el interés general y se quiera imponer el de un grupo, saldrá una voz que recordará sus palabras de este día. Las cámaras parlamentarias no pueden estar reñidas con la moral. Horroriza pensar que los mezquinos estuvieron a punto de privar a Pilar de la palabra. O que, lo que tuviera que decir, que lo hiciera a puerta cerrada. Gracias a su empeño, 40 millones de españoles han sido testigos de un mensaje, bello por la forma y trascendente por el fondo. Ha sido el triunfo de la voz de la calle. Enaltece a la ciudadanía de a pie, la que no tiene cargos ni aspira a tenerlos. En cada persona anónima con la que nos cruzamos puede haber un alma tan sensible como la de Pilar.