He leído en este periódico --lo cuenta Antonio Madridejos-- que los niños actuales son más inteligentes que los de 1970. Espero que esta progresión no venga de lejos. Para que la proporción de mejora fuera la misma, los niños de los años 1930 y 1940 deberíamos de haber sido terriblemente burros...

Lo que me interesa mucho de esta información --procedente de un estudio realizado por solventes profesores universitarios-- es el análisis de las causas de esta mejora de la inteligencia. Es posible, dicen, que haya influido en ello la generalización de la enseñanza. Pero la tesis preferida se basa en la atención prenatal, la higiene sociosanitaria de los bebés actuales y la dieta infantil. Esto habría favorecido el aumento de la inteligencia, especialmente en los niños de ámbitos sociales y económicos más desfavorecidos.

Yo me apuntaría a esta hipótesis, que me atrevo a resumir de una forma brutal: la inteligencia depende de la barriga. Matizando: cuando las necesidades elementales para la supervivencia están aseguradas, es probable que el cerebro pueda trabajar más activamente en otros campos. Los investigadores creen en la importancia de la nutrición. Alguien objetará esta hipótesis recordando lo que se decía de los pobres y listos: "Éste es más listo que el hambre".

Pero tenemos que aceptar que ser listo y ser inteligente no es lo mismo. Además, la referencia que se hace al hambre en esta expresión popular es significativa. Sugiere que el hambre es muy lista, y lo que quiere es superarse a base de comida. Entonces, eliminando el problema físico, habrá dado un paso hacia la inteligencia.

Madame Staël es la autora de una frase impresionante: "Yo comprendo todo lo que merece ser comprendido, y lo que no comprendo, no existe". Y como la inteligencia, entre otras cosas, es la capacidad de comprender, es realmente deseable que los niños cada vez comprendan más. Porque así "existirán" más cosas para ellos. La inteligencia es descubridora.

Para bien y para mal, claro.