Estos días de frío son muy traicioneros. El personal llega a casa y, ya a salvo de la Guardia Civil de Tráfico, recupera la temperatura con un par de brindis. De la multa se libran, pero a cambio algunos empiezan a ver cosas doblemente extrañas. Por ejemplo, aseguran haber visto a un conseller en la Academia Valenciana de la Lengua, cual inspector con expediente de cierre del establecimiento. Otros han oído ecos de una futura Ley de Señas de Identidad, nada menos. Quienes han escuchado tales psicofonías todavía no se han recuperado del impacto.

Los políticos tienen querencia por los nombres rimbombantes, eslóganes que muchas veces, quieren reflejar su particular perspectiva de la realidad. Sin embargo, la Ley de Señas de Identidad es mucho más importante de lo que pueda parecer: será la Ley de Lo Que Somos. Es archisabido que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, así que habrá que permanecer atentos a la pantalla.

Ignorante de sus propias señas de identidad, un amigo espera ansioso el dictamen de nuestro parlamento autonómico, encargado de tan alta misión. Tiene ya bien cumplida la treintena, pero el anuncio oficial le ha sumido en una ansiedad más propia de un imberbe adolescente que busca de su identidad en la discoteca.

Su inquietud va más allá de saber Lo Que Somos. Ya puestos, quieren más leyes. Una para De Dónde Venimos, otra de A Dónde Vamos y sobre todo, la Ley Orgánica de Cuánto Nos Va A Costar. Ya saben, las grandes preguntas de la humanidad. Tan tenso y en vilo está que estas Navidades no sabía si boicotear el cava catalán o el ibérico de Guijuelo. Un papelón, vamos.

Por el norte, Carod-Rovira muestra su simpatía con nosotros, los valencianos, haciendo por sí solo la mayor campaña que se recuerda en pro del anticatalanismo. Y por Valencia, entretanto, andan buscando la identidad de la Comunidad en algún armario cerrado en la transición. Imaginen lo que puede salir de ese armario, después de tantos años de identidad oculta.