Finaliza un año y comienza otro, como siempre con esperanza y con el deseo que sea mejor. Dentro de este mundo globalizado, donde las noticias nos llegan de inmediato, tenemos en nuestras retinas el desastre en el sureste asiático producido por los maremotos. El presente año, se recordará a nivel nacional por la catástrofe del 11-M, que pasará a nuestra historia negra.

Aunque ya han transcurrido unos meses del Día Internacional para la Reducción de Desastres, el lema de este año era Aprendiendo de los desastres de hoy para las amenazas de mañana, nos recuerda que aprender de los desastres es una obligación que nos atañe a todos. Recordamos las catástrofes del Prestige, del Yacolet, como ya he dicho antes del 11M, debemos aprender de los errores cometidos para no repetirlos en el futuro.

Cuando ha sobrevenido un desastre, las autoridades públicas, las empresas, los grupos comunitarios y los particulares deben preguntarse si se han tomado las medidas adecuadas, como las de alerta temprana, para salvar vidas y propiedades. Todos ellos deben tomar la resolución de no repetir los errores del pasado. Todos deben colaborar para mejorar la cadena de información y adopción de decisiones, de modo que sus comunidades estén más preparadas para la eventualidad de una nueva amenaza.

La Conferencia Mundial sobre la Reducción de Desastres, que se celebrará en enero del año próximo en Kobe (Japón), ofrecerá a los representantes y a los expertos una oportunidad única para pasar revista a todas las enseñanzas derivadas de nuestra experiencia directa con los desastres en el último decenio, e impartir directrices bien definidas para el aprovechamiento de estas lecciones. Como vimos durante el pasado verano y anteriores los huracanes en el Caribe, cuanto más preparadas estén las comunidades menos probable será que sufran una catástrofe, terremotos, huracanes, inundaciones, erupciones volcánicas y otros desastres naturales que son una parte inevitable de la vida. No somos nada en el universo pero podemos mejorarlo.