erramos el año que acaba con un suspiro de alivio. ¡Qué año! Pero dejando aparte las magnitudes de este año negro (el 11-M en España y el 26-D con el maremoto del Pacífico), en Castellón también hay detonantes que han demostrado que no es oro todo lo que reluce.

Lo más importante ha sido la consolidación de esta provincia como referente para la inmigración, especialmente de rumanos. Están aquí a miles. La mayoría han venido a trabajar, a sacar adelante a sus familias. Y algunos han venido al choriceo. Hay de todo, como entre los nativos.

Pero se integran a la carrera. Y esto es lo importante, porque legalmente siguen siendo un colectivo segregado. Pasan los gobiernos, el de Aznar o el de Zapatero, y nadie se atreve a enfrentarse a esta cuestión.

Pero además este año que hoy termina Castellón cierra definitivamente un ciclo económico sin abrir uno nuevo. La agricultura se ha ido a pique. La industria azulejera sigue con su tendencia a la baja en las exportaciones y el turismo no existe. La construcción ha sido la única locomotora porque hay mucho dinero para invertir.

Pero todos los proyectos, incluido el aeropuerto, que debían tirar del carro duermen o están olvidados por incapacidad política y por exceso de burocratización. Hace cinco años que se anuncian campos de golf y no están puestos ni los agujeros.