Ángel Acebes, alto responsable del principal partido de la oposición en España y exministro del Interior, identificó hace algunos días la inmigración con la delincuencia. No cualquier inmigración, sino la proveniente de países subsaharianos por medio de barcazas de mala muerte.

No sólo es un argumento falso sino retorcidamente injusto. Los negros africanos presentan un nivel de criminalidad infinitamente menor que otros colectivos de inmigrantes o nacionales. Jueces, fiscales y letrados saben perfectamente en toda la geografía española que su presencia en los tribunales es casi anecdótica. A lo sumo, por asuntos burocráticos vinculados a su propia documentación. Sabe el exministro que otros inmigrantes no llegados precisamente del sur son, estadísticamente, más conflictivos. Pero calla el exministro por si pudieran votar en breve. Un hombre, un voto. Es la grandeza de la democracia y, en ocasiones, el espejo de la hipocresía más vil. Asociar la delincuencia con las razas y las nacionalidades es una irresponsabilidad. Sobre todo, si lo pregona alguien que se ha sentado en el Consejo de Ministros del Gobierno de España, un país mestizo y ubicado geográficamente en la bisagra del mundo.

Estar donde estamos no es un drama, es una oportunidad si la Unión Europea y Naciones Unidas logran asumir la necesidad de una nueva agenda internacional que mitigue la pobreza extrema y sus causas. Los Objetivos del Milenio expresados por Kofi Annan deben cumplirse sin excusas. ¿De qué objetivos se trata?: erradicar el hambre, no más. Me pregunto qué pensará el Papa cuando llegue dentro de unas semanas a un país donde --según Acebes-- aquellos "negritos del Domund" son poco menos que malhechores y hampones. No sé si la caridad de Pablo de Tarso y su propuesta evangélica de trascender las razas (Ad Galatas, III, 28) guardará mucha relación con la doctrina de un dirigente que sueña con blindar las fronteras y deportar subsaharianos. Como no lo sé, mejor no seguir. Aunque, sea como sea, no es el único que tiene contradicciones graves. Tal vez todos las tengamos en alguna medida porque no hemos llegado al siglo XXI, sino que este nos ha caído encima con el peso de todos sus conflictos morales. Por un lado hemos aumentado los niveles de renta gracias a las ayudas comunitarias que nos han permitido dar un salto histórico en nuestras infraestructuras mejorando la competitividad de nuestra economía. Por otro lado, nos enojamos si, dentro de cuatro días, comenzamos a perder ayudas como consecuencia de nuestro progreso. Nuestro modelo productivo necesita mano de obra que sólo se satisface con inmigrantes. Son datos incontestables. La construcción, tan fuerte en esta provincia, ya acapara un 40% de trabajadores foráneos. La hostelería y otros servicios, acaso alcanzan un porcentaje mayor. Inauditos suenan los argumentos que escuchamos hace poco en Benic ssim para colar la aprobación de cambios urbanísticos: "¿Dónde trabajarán nuestros hijos si no se construye más?". Este es un mundo nuevo y de nada sirve que lo analicemos con esquemas ya muertos y enterrados.

Portavoz del PSPV-PSOE de Benic ssim y diputado autonómico