Los datos facilitados por la Organización Meteorológica Mundial, organismo dependiente de la ONU, no parecen dejar margen de error. No solo por la cantidad de ejemplos ya conocidos por todos, sino por la predicción de un futuro aún más intenso en cuanto a catástrofes naturales y a distorsiones climáticas. Incluso los más escépticos han de dar crédito al cúmulo de tifones, inundaciones, temperaturas desorbitadas: una infinidad de anomalías que argumentan lo que muchos expertos llevan ya tiempo anunciando. Que el previsible cambio climático, que el calentamiento del planeta no es un asunto, ni mucho menos, baladí ni de ciencia ficción.

Ante el problema, lo más sensato es adoptar una actitud que no sea vista como una declaración de congoja; que no sea percibido como un camino sin retorno. Las instituciones de ámbito internacional, los gobiernos, las organizaciones no gubernamentales, harán bien en no asustar al ciudadano con un futuro apocalíptico. Pero, al mismo tiempo, es positivo y necesario que todos hagamos una evaluación de hasta dónde puede llegar el progreso en nuestra sociedad. Los accidentes, las catástrofes, son, por definición, imprevisibles. Pero estamos cada día más preparados para intuirlos o monitorizarlos y, sobre todo, para intentar paliarlos. Ya no es ninguna broma, el cambio climático. La calma y la seriedad deben imponerse para salvaguardar el mañana de nuestros hijos.