Muchísimos estudiantes realizan cursos en el extranjero, generalmente para estudiar idiomas, pero también por un año académico o hacer una carrera universitaria o al menos un periodo de los mismos. Me parece una práctica fantástica en la que no solo aprendes la materia o el idioma en cuestión, sino también de la vida, de las relaciones con otras culturas, de hacer amigos por el mundo, de la supervivencia, a veces de la soledad y, en fin, te abre la mente. Al principio, los primeros tiempos o la primera vez puede ser muy dura para el que se va y para la familia que se queda, a los que les embargan las preocupaciones y el destino de su hijo, y que lo echan de menos del primer al último día de su ausencia. Para el chaval, va en caracteres, unos mejor y otros peor, unas lagrimitas en la despedida son casi seguras y añorar a los tuyos con intensidad también. Luego la vida sigue y se adaptan en las circunstancias en las que se encuentran, deportes, estudios, amigos y en ocasiones parejas, hacen que se les pase el tiempo volando, son jóvenes y a menudo les da pena volver. Cuando lo hacen, una buena recepción y muchos besos y abrazos es lo pertinente. Estos episodios son fundamentales en la educación de una persona, que siempre recuerda con una sonrisa la temporadita en el extranjero y lo bien que se lo pasó, porque es sabido que los malos recuerdos se olvidan y los buenos se intensifican. Por eso aunque tengan que hacer un esfuerzo y sólo sea un curso de verano, mande a sus hijos fuera, tarde o temprano se lo agradecerán, y es bueno para ellos, invierte en lo mejor, en la formación de sus hijos y luego tendrá muchas ganas de verle.

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