Persistentes y diversos gritos de alarma se lanzan estos días sobre el grave deterioro de la situación en Afganistán, donde las tropas de la OTAN realizan desde agosto del 2003 una ardua operación como Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF, en sus siglas en inglés), bajo mandato de la ONU, con el fin de reconstruir el país y crear un genuino Estado capaz de derrotar a la insurgencia de los talibanes en connivencia con los terroristas de Al Qaeda, que en la zona fronteriza con Pakistán se mueven como pez en el agua. Los informes señalan que la misión no solo no ha cumplido sus objetivos, sino que está abocada al fracaso. Si la mayor parte de los 37.000 soldados está dedicada a la autodefensa, ante el recrudecimiento de los combates, el Gobierno de Kabul es incapaz de generar un mínimo de confianza.

La crisis se traslada al centro de la OTAN, donde los anglosajones (EEUU, Gran Bretaña y Canadá) llevan el peso de las acciones de combate y se quejan de las reticencias de otros países, España entre ellos (690 soldados), para enviar más tropas o asumir compromisos operativos en la guerra no declarada ni reconocida contra los talibanes. El jefe del Pentágono, Robert Gates, expresó su temor a una OTAN de dos velocidades en la que "unos están dispuestos a combatir y los otros, no". Los reproches iban dirigidos especialmente contra Alemania, donde las restricciones constitucionales y la historia desembocan en un pacifismo difuso.