La semana pasada se celebró el día de San Valentín, más conocido como día de los enamorados. En la actualidad, no hay tema que no se estudie y se le diseccione con un análisis químico. Y el amor no podía ser menos.

Según los investigadores, la fuerte emoción que se da entre dos personas que se acaban de enamorar tienen su génesis en una molécula llamada NGF (nerve growth factor). En esta fase, los niveles de NGF en sangre son considerablemente superiores en personas recién enamoradas que en personas sin pareja o con una pareja estable desde hace años. Pasado el primer año, la cantidad de NGF en sangre es igual entre las personas sin pareja, las personas con pareja estable y los antiguos recién enamorados. Esto explicaría todas las alteraciones corporales que tiene una persona que se acaba de enamorar: comer poco, dormir menos y pensar continuamente en el otro.

Pasado el primer año y desaparecida la molécula, si continúa el amor, es una hormona, la felitenamina, quien mantiene la pasión. Pero esta hormona también es transitoria y decrece a los cuatro años. No deja de ser curioso comprobar que es a los cuatro años de convivencia con una persona cuando se producen el mayor número de divorcios.

Terminada esta fase hormonal, si continúa el amor, entra en juego una proteína que sirve de neurotransmisor, la endorfina. Esta es la responsable del bienestar, la ternura y el sosiego. Por lo visto hasta ahora, todo es biológico. Pero, a pesar de que exista una explicación bioquímica del amor, si queremos un amor pleno y duradero, conviene saber que hay que esforzarse y desarrollarlo. En primer lugar, hablar y saber escuchar. Tan importante es lo uno como lo otro. En segundo lugar, comprensión y tolerancia, o lo que es lo mismo, aprender a amar también los defectos del otro. En tercer lugar, intentar que no decaiga la pasión sexual. Por último, aplique el optimismo: al amor por el humor. El amor es un arte que requiere un esfuerzo a la hora de pasar por sus diferentes etapas, pero que merece la pena.

Psicólogo clínico