Es Lunes Santo. Tiempo de pasión y de pólvora, esta semana mezcla demasiado sentimiento. Fallas y procesiones. Y poco sobresalto informativo. Rajoy marcha al extranjero antes de bendecir ramos y palmas, Zaplana se retira a sus aposentos en Viernes de Dolor; y Aguirre (o la cólera de Dios como dice Joaquín Leguina) se queda al frente de la villa y corte, y para nada reviviendo el arrepentimiento de María Magdalena, que hoy es Lunes Santo. Pero es que Madrid no es Betania. Aquí paz, allá gloria.

Ha pasado una semana de la resaca electoral, de cifras y letras, dimisiones, despedidas y bienvenidas. Llamazares ha tenido su propia semana de pasión, con tristeza y resignación. Ruiz Gallardón anticipaba la Pascua de Resurrección. La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Aquí, en la costa la pólvora y fuegos falleros nos dejan otras cenizas. Derrotas electorales para unos, que ya viven con la cruz a cuestas, y Victoria y Esperanza para otros, como dijo Rajoy en la plaza de toros del Turia.

Mientras, en el coso castellonense la cosa nuestra sigue igual, las elecciones traen inmunidad, como ser medio invisible para la justicia. No sé si en el Vaticano han incluido esta falta en el nuevo manual de confesionario, aunque recoge un pecado que castiga el crecimiento de la riqueza hasta límites obscenos a expensas del bien común.

Con la nueva lista de pecados, el infierno está más cerca. Y piensas en esa Iglesia que juega a la Bolsa, o que invierte en laboratorios de anticonceptivos y viagra, y piensas en esas manos que golpean el pecho diciendo aquello de por mi culpa, mi gran culpa. Mi amiga Carlota, de Madrid, va a misa pero no hace estas cosas, se confiesa y se absuelve sola, sin ayuda exterior. Ahora, además de desconcertada con los nuevos pecados capitales, vive afligida y, desde el pasado 9-M, se pregunta si lo del PSOE no habrá sido un castigo divino.

Periodista