Habituales del Mediterráneo y de otros mares, las sardinas constituyen una de las especies pesqueras tradicionalmente más importantes y económicas de estas costas. Su abundancia las convirtió históricamente en un alimento muy popular. Dado que la pesca en las zonas costeras fue, desde antiguo, un capítulo económico muy importante, son numerosas las noticias documentales conservadas en las poblaciones marítimas que hacen referencia a dicha actividad. Ya en época medieval, luego durante siglos, la venta de pescado estuvo autorizada a los propios pescadores en primer lugar y, en segundo, a los revendedores. En Castellón las ordenanzas municipales determinaban que esta mercancía debía traerse directamente desde el mar y venderse obligatoriamente en la pescadería de la plaza.

Ahora bien, si el pescado entraba en la población después de la puesta del sol, se permitía llevarlo a un domicilio particular o a una posada siempre que, al día siguiente y a primera hora, aquel pescado estuviera en la pescadería. Una norma que intentaba garantizar la frescura de un producto altamente perecedero.

En las ordenanzas que estipulaban el precio de los pescados, la abundante sardina figuraba inevitablemente entre los pescados más baratos. La mejor, denominada sardina vera, es decir buena, era la que alcanzaba un precio mayor. El resto, en barril, arengada o en bota, incluso podrida, se comercializaba de otro modo.

Con un calibre, ni demasiado grande ni demasiado pequeño, que les otorga el don de que un punto de brasa las convierta en un manjar, las sardinas son todavía reinas del mar.

Historiadora