Recorrer las tierras del interior castellonense supone, en gran medida, encontrarse con un paisaje presidido por olivos. Una especie botánica autóctona de la que se tienen noticias escritas muy remotas. Una de ellas es la del geógrafo Estrabón quien, hace dos mil años, al describir el levante de la antigua Hispania romana hablaba de un lugar llamado Oleastrum, un sitio cuya existencia cabría ubicar en nuestro entorno próximo.

Oleastrum era la palabra latina que servía para designar al olivo silvestre, conocido como ullastre en valenciano. Y es que, en las comarcas castellonenses, el olivo (olea europea), tanto en su especie cultivada como en la silvestre, formó y todavía hoy sigue formando parte del paisaje vegetal típicamente mediterráneo de estas tierras.

Sobre el cultivo del olivo hablan abundantemente los documentos de la época. Ya en diversas cartas de población, otorgadas en fechas cercanas a la conquista de Jaume I, se hace alusión al tema. Es el caso de las de Cervera, Sant Mateu, Cabanes, Benlloch o Vilanova d´Alcolea.

Sobre la fabricación de aceite las noticias documentales también son numerosas. Los molinos dedicados a su elaboración, las almazaras, con frecuencia fueron objeto de reiteradas ordenanzas municipales por el mal olor que desprendía el alpechín, el negruzco y fétido líquido que queda al presionar las aceitunas. En el Llibre d´Ordinacions de Castellón, en un capítulo sobre los molinos de aceite se alude a les grans infeccions e pudors que ixen de les basses dels molins de l´oli y a la obligación que tenían sus dueños de limpiarlas anualmente durante el mes de marzo.

Historiadora