Habrá que restituir la fama que tuvo de discreto el papa Juan Pablo II, que le fue retirada por la opinión pública cuando consideró excesivo el número de canonizaciones derivadas de la guerra civil. Fueron unas 6.000, canonizado más, canonizado menos. Pero la competencia es la madre de todas las abundancias y ya se prepara la pronta elevación a los altares de 600 aspirantes, miembros todos de un catálogo de turno de espera en el que figuran 10.000 futuros miembros de la santidad.

La competencia es doble. Por un lado, está el pontífice Benedicto XVI, que aunque es un alemán que vio dividido su país por un sector comunista, no se sintió tan estimulado como su antecesor polaco para ampliar el cuerpo de élite de la organización católica. De hecho, con el alemán o con el polaco, todo quedaba en casa. La verdadera competencia la representa el juez Baltasar Garzón, que busca ciudadanos que estuvieron cautivos, a los que quiere redimir, aunque sea simbólicamente, pues los años no pasan en vano. En definitiva, Garzón quiere poner en un altar laico a los perseguidos de otro color. La iniciativa ha sido acogida con el firme rechazo de los obispos. Primero uno y después los otros; esto es heterodoxia. Todos tenemos derecho a convivir.

Hay una máxima de la que parten todas las intransigencias en este país. Es la "todos moros o todos cristianos". En el país cabemos todos, y será un mal asunto si el mapa ha de quedar como el de 1939. Garzón ha entrado en el tema con fuerza. Empezó hace unas semanas y ya tiene a más de 100.000 fieles de una causa a los que quiere liberar. Lo ideal sería que unos y otros dialogaran.

Periodista