La lucha contra el Espacio Europeo de Educación Superior, más conocido como plan Bolonia, no ha representado nunca una movilización masiva, aunque sí ruidosa, de los estudiantes, pero desde hace unos meses ha sufrido un deterioro progresivo que la hace agonizar. El impacto de la huelga fue desigual, aunque en general las clases se impartieron con normalidad en las universidades.

Se puede y se debe ser comprensivo con el espíritu de rebeldía de los jóvenes. Se pueden compartir o no las bondades de Bolonia. Pero los líderes de la protesta estudiantil han de saber calibrar sus fuerzas y el grado de adhesión que reciben del alumnado, primero, y del conjunto de la sociedad, después. Y no parece que estén muy boyantes ni de lo uno ni de lo otro. Y además, los encierros en centros universitarios han derivado en un espectáculo folclórico y con contenidos contradictorios. Poco tiene ver con la defensa de una universidad pública no mercantilizada que algunos encerrados se enfrenten con el personal de limpieza porque acuden muy temprano a su trabajo y les despiertan. Poco tiene que ver la lucha por una universidad al servicio del conocimiento y no del mercado con que un grupo de ocupantes impida a un fotógrafo de prensa tomar imágenes del vestíbulo y las escaleras del edificio del rectorado. Aislado y por lo visto desorientado, este movimiento estudiantil debería replantearse, si no los fines, sí al menos las estrategias y formas de lucha.