La incomodidad del Gobierno por la presencia de nuestras tropas en Kosovo era manifiesta desde que la exprovincia serbia declaró unilateralmente la independencia hace 13 meses. De forma que el anuncio de repatriación de los 630 militares españoles, efectuado el jueves por la ministra de Defensa, Carme Chacón, es una sorpresa menor. No es pequeña, en cambio, la causada por el procedimiento seguido, bastante alejado de los usos de la OTAN. No se trata de una decisión que excede las competencias del Gobierno, pero se ha concretado de una forma muy diferente de la que cabe esperar de un aliado. De ahí que Estados Unidos y la UE hayan unido su voz a la desaprobación de la Alianza, a punto de ser requerida --España incluida-- para incrementar su compromiso en Afganistán.

Lo que, de entrada, ha molestado a todo el mundo y debilita la posición española en la gestión de los grandes conflictos ha sido que apenas ha mediado tiempo entre el aviso de repatriación --el pasado miércoles-- y el anuncio público. De tal forma que no ha habido posibilidad material de coordinar la operación con los demás integrantes de la Kfor. El segundo motivo de disgusto ha sido que la ministra dé por cumplida la misión en Kosovo, cuando aquel pequeño territorio, sin una economía estructurada y con más de 100.000 ciudadanos serbios, es un polvorín en potencia. Lo cierto es que la situación es la de una paz armada bajo tutela internacional, que saltaría por los aires sin las tropas extranjeras.