Querido lector:

Los macro-festivales musicales de verano son un buen reclamo, a la hora de atraer un turismo extra a las localidades que los organizan. Durante los días que duran el comercio de consumo se dispara con un beneficio evidente y al mismo tiempo se produce una repercusión mediática inmediata de la zona y un eco posterior de boca a oreja por parte de los asistentes. Son eventos multitudinarios en un corto periodo de tiempo, complementarios para la industria turística local pero que resultan básicos en la promoción de la marca del lugar.

Eso sí, hay que hacerlo bien, si no la intentona puede arruinar la imagen del lugar. En Castellón lo sabemos bien con el FIB de Benicàssim que se ha situado entre los festivales punteros del mundo, debido a base de años, de riesgo, de apuesta y de buenas ideas, capacidad de organización y promoción, constancia, diversificación, apoyo institucional...

Este año, la ciudad de Burriana, semi-turística en las primeras décadas del turismo patrio, pero anclada en el albur de los tiempos por una evidente carencia de concepto de ciudad, quiere imitar a Benicàssim y reinventarse en verano con un macro-festival, Arenal Sound, con un nicho de público más generalista. Un para todos los públicos con los mejores dj’s del mercado por un lado y una variedad para los de treinta, cuarenta y cincuentaytantos (Simple Minds, Bosé, Cramberries...) por otro, de difícil convivencia. Un festival sin infraestructura de alojamiento ni de accesos, sin colaboración mediática, improvisado, sin apenas venta a un mes de su celebración... con todos los ingredientes para convertirse en una chapuza, arruinarse y arruinar la imagen de una ciudad si no cambia. La cuestión es empezar, dicen. Ojalá sea así. Pero hace falta algo más.