La única explicación de que la inmensa mayoría de ciudadanos y ciudadanas no estemos en permanente estado de indignación es que todo nuestro entorno sociocultural está programado para mantenernos aletargados, adormecidos, hipnotizados...

Pero... ¿cómo no va a indignarse cualquiera al saber que una simple concejala del consistorio capitalino cobra al mes cinco mil cuatrocientos euros, a lo que hay que sumar algunas dietas, complementos por asistencia a comisiones, comidas y viajes a cargo del erario municipal, coche oficial, etc.?

Conozco jóvenes de parecida edad y mayor o igual preparación profesional y/o académica que la concejala, los cuales reciben --por seis días de trabajo semanal-- mil euros mensuales brutos, con los que tienen que hacer frente a todos los gastos de su hogar y a la alimentación, vestimenta, educación y demás necesidades de dos hijos y la esposa.

¿Cómo no se han indignado antes esos jóvenes y se han echado al monte, en una versión siglo XXI del movimiento maquis de postguerra?

Por lo dicho antes: por la anestesia cultural suministrada desde nuestra más tierna infancia. Escuela (política) y religión (moral) se han encargado cuidadosamente de inocularnos el virus de la resignación. Nos han suministrado mañana, tarde y noche la píldora de la aceptación de las desigualdades como si fuesen naturales, innatas a la esencia del ser humano.

Observemos que ese maligno recetario de drogas sociosanitarias tiene dos milenios de antigüedad mientras que su antídoto, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cumplirá en diciembre su sexagésimo tercer aniversario. Y sigue sin cumplirse. Para la intoxicación del cerebro gregario de la ciudadanía ha existido siempre tácito y total acuerdo de las partes maquiavélicas. Partes elitistas dominantes, que tenemos bien identificadas, pero que hace falta identificar aún más.

El movimiento 15-M constituye, sin duda alguna, el germen potentísimo de la nueva sociedad igualitaria que viviremos dentro de escasos decenios. ¡Unámonos todos al mismo! H