El sistema financiero es clave para la economía, porque es en él donde se apoya la economía productiva, la economía real, para generar riqueza, para crear empleo y bienestar. Por eso causa una tristeza especial ver cómo la Comunitat ha perdido en los últimos días la estructura financiera que había contribuido en las últimas décadas al progreso general del que hemos disfrutado hasta hace ahora, cuando que la crisis amenaza con acabar con todo. Bancaja, la CAM y el Banco de Valencia fueron entidades decisivas para el desarrollo económico de Castellón, Valencia y Alicante, pero los excesos han acabado con ellas. Las inversiones de riesgo promovidas por los responsables políticos de la Generalitat (primero Zaplana y luego Camps) fueron el primero de los males de las cajas de ahorros y bancos valencianos. Los metieron en negocios que solo tenían sentido en la estrategia electoralista del PP.

Después vino la burbuja inmobiliaria y terminó de rematarlos. El ladrillo alimentó el negocio de las entidades financieras, les hizo ganar miles de millones, pero al estallar la burbuja el panorama que ha dejado es lamentable. La Comunitat ha perdido tres de sus pilares básicos en el peor momento. En el plazo de un año, Bancaja, CAM y Banco de Valencia han sido intervenidas o nacionalizadas. El desgobierno de unos gestores políticos poco profesionales las ha llevado a la ruina, con unas consecuencias para la economía que aún no podemos calibrar.

El hundimiento de Bankia es el último capítulo de la crisis financiera. Ni Rodrigo Rato, con todas las medallas de buen gestor, ha podido con el desastre que ha dejado un expresidente de la Generalitat metido a banquero. José Luis Olivas, un licenciado en Derecho sin experiencia en el sector bancario, es el triste protagonista del fracaso más estrepitoso. La política ha hecho un gran daño a la economía. Los responsables de la caja creyeron que todo funcionaba con piloto automático, pensaban que la bonanza económica duraría siempre y fueron incapaces de pensar en el futuro. Con este contexto, el resultado no podía ser otro que el que ha sido: el fracaso. Qué pena. H