Pocos son quienes no han pronunciado la palabra “libertad” en su vida, aunque el término se utiliza con cierta laxitud y, a veces, con manifiesta impropiedad. Porque, ¿de qué libertad hablamos cuando hablamos de ‘libertad’? ¿De pensamiento, de acción, natural, social y política, personal…? La exigimos a los demás y difícilmente la otorgamos: solo debe disfrutarla --dice un viejo aforismo-- quien se la merece. Y ser libre significa vivir y ayudar a que los demás también lo hagan de igual forma para alcanzar la plenitud que al ser humano le es propia. Es la oportunidad de que seamos mejores. Aunque, como afirmaba Epicteto, “nadie es libre si no es dueño de sí mismo”, ya que, careciendo de la libertad interior, ninguna otra podemos esperar.

Algunos también la malinterpretan, pues decía nuestro casi paisano Campoamor que “la libertad consiste no en hacer lo que se quiere, sino lo que se debe”. Soy libre, puedo hacer lo que quiera, se dice. No es suficiente para ejercerla. De ahí que en su nombre se intente justificar, paradójicamente, el sometimiento y la esclavitud. Bien lo expresaba la girondina Madame Roland, camino del patíbulo: “¡Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”

Éste es uno de los problemas de la libertad: el uso que de ella se haga. Porque, como se ha dicho, la libertad es un lujo que no todos pueden permitirse. Y es bien cierto. En nombre de ella se traiciona su propio sentido, se tergiversa su mensaje y el resultado puede ser contradictorio. Estamos actualmente en una situación crítica en la que el ejercicio de la libertad de uno llega a coartar la del otro. Interviene aquí la responsabilidad y el buen uso. Elegir no es fácil cuando innumerables condicionantes se interponen en el camino. Ser radicalmente libre y profundamente responsable hoy --como antaño, aunque de manera diferente-- es tarea llena de dificultades que atañe, sin duda, al mundo de los valores.

Ser libre entraña, pues, una grave responsabilidad y algo de lo que no podemos desprendernos: “estoy condenado a ser libre” decía Sartre. No es fácil, pues, sentirse libre sin asumir lo que ello representa. Pero, hay una excepción: la libertad es incompatible con el amor, ya que un amante será siempre un esclavo. H