Me lo imagino. El nerviosismo lógico que provoca el objetivo de una cámara de la televisión francesa France 2, con el agobio que te da jugártelo todo a una carta, sin poder repetir secuencia y sin que ningún asesor de la Diputación Provincial esté cerca para susurrarte las ideas-fuerza que tienes que transmitir. Con la gota de sudor buscando su sien ante el calor que hace en la pista de aterrizaje en este caluroso final de primavera castellonense.

García Salas, director General de las instalaciones aeroportuarias más famosas de Europa, de repente, se siente iluminado por un rayo de ese sol que tantos almendros y algarrobos ha bañado en donde hoy deberían trajinar sombreros horteras de turistas alemanes y franceses bajando de sus de vuelos chárter. Y ante el acoso del gabacho tiene una idea genial, soberbia. Nuestra solitaria pista de aterrizaje le recuerda a una noche en el Museo de Louvre. Y es que la torre de control tiene un evidente parecido con la pirámide de cristal diseñada por el arquitecto Leoh Ming Pei. Y la estatua que preside la entrada a las instalaciones, en cuanto le quiten el andamiaje, mostrará su verdadera cara. Nada que ver con quien tantas veces se ha repetido que es. En realidad veremos que estamos ante la Giocconda, versión Ripollés.

Y, después de soltar el símil, al bien pagado director le entra un incipiente ataque de risa. Ya sabe usted, ese momento tan incómodo en el que tienes que estar serio, porque las circunstancias te lo exigen, pero la comisura de la boca se viene arriba y haces esfuerzos para que no se te vean los blanqueados dientes.

Y entonces surge la pregunta: ¿Cuánto tiempo va a tardar Alberto Fabra en destituirle? Hoy ya es tarde. H