Eran felices pontificando contra la mujer

Cuando yo era joven, el número de mujeres que ejercían una profesión llamada liberal era muy pequeño. Esto ha cambiado radicalmente.

Desde hace ya varios años -digamos una generación, al menos- se ha acelerado progresivamente el proceso de equiparación del sexo masculino con el femenino. E incluso la mujer se ha impuesto en muchos ámbitos profesionales que hasta entonces estaban ocupados mayormente por los hombres.

Ya sé que es arriesgado generalizar, pero pondré como ejemplo mi caso. Mi médica de cabecera. Una mujer, por tanto. Mi gestora también es una mujer. Y si antes tenía un editor de mis libros, desde hace muchos años tengo una editora. Mi abogada, otra mujer. Las periodistas que me entrevistan ya superan el número de entrevistadores. Mi amable interlocutora en el banco también es una mujer. De modo que el sexo ha dejado de ser una exclusiva masculina en bastantes actividades profesionales, compartidas por hombres y mujeres, por lo que hemos salido ganando.

Me estremece comprobar las barbaridades que han osado proclamar ilustres pensadores. «La mujer es poco personal, es más un género que un individuo», decía Ortega y Gasset. Pero quien bate el récord del desprecio por el hecho femenino es -no me lo esperaba- Gregorio Marañón, médico, científico, historiador y pensador. «La mujer, por su feminidad, es poco apta para el papel de juez». «El afecto y la sumisión de una mujer es todo lo bueno que nos puede hacer». Y con contundencia: «Dios ha dicho: ‘Tú, mujer, parirás; tú, hombre, trabajarás’».

Tampoco se queda corto Alexis Carrel, Nobel de Medicina en 1912. «Es un error dar a las mujeres la misma educación intelectual que a los hombres». Y solo faltaba Unamuno: «No hay ninguna mujer que sea educable».

Los intelectuales y los ciudadanos de las últimas hornadas hemos progresado. Ya nadie osa decir hoy, como hizo el escritor Jacques Chardonne, que si queremos a una mujer que no nos quiera es «incomprensible». ¡Cuánta vanidad!

*Escritor