A dónde van las polémicas por cuenta del inadecuadamente llamado Descubrimiento? De entrada causan reacciones primarias sin voluntad alguna de conciliación. A veces puede resultar interesante que, más allá de la soflama de las partes, busquemos una salida distinta al conflicto. La historia no tiene una lectura única. Claro que hubo excesos. Tanto fue así que la propia corona española de la época tomó decisiones extraordinarias. Algunas de ellas señalan un nivel de remordimiento moral y predisposición a la corrección como ningún otro imperio demostró en aquel momento de expansión colonial europea. Incluso determinadas directrices (bulas) papales se inscriben en el reconocimiento explícito de las barbaridades cometidas por los occidentales y la necesidad de enmienda. España trasladó al que se llamaría continente americano instrumentos feudalizantes como las encomiendas. Instituciones que sometían a los aborígenes a un régimen inequívoco de explotación. La propia evangelización --único propósito que de acuerdo con la Bula papal de 1493 legitimaba la presencia europea en el Nuevo Mundo-- devino en aquellos primeros compases en el retorcido ejercicio surrealista del llamado Requerimiento. El pontífice Alejandro VI, un Borgia valenciano, instó a que acudieran «hombres probos y doctos» para garantizar la extensión de la fe. La realidad fue otra. El propio Vargas Llosa dijo en su día que al continente americano llegaron unos «forajidos del Renacimiento».

La percepción devaluada del alter cultural marcó las intenciones de los países cristianos independientemente del predominio reformista o la ortodoxia romana. Pero tal vez el hecho diferencial positivo lo represente España. La confluencia de un grupo de juristas y teólogos como Vitoria, Las Casas, Cano, Soto, Covarrubias, etc… protagonizó una temprana reflexión que interpeló la conciencia moral de un imperio y de la humanidad entera. Sus nociones cambiaron el registro eurocéntrico y endogámico. De origen iusnaturalista, inspiración cristiana y mucho de innovación al compás de la experiencia iberoamericana, los autores de la prestigiosa Escuela de Salamanca contribuyeron al nacimiento del moderno derecho internacional.

Hemos vuelto a dejar pasar la oportunidad de recordar que, junto a los desmanes y las tragedias (claro que las hubo), España fue capaz de hacer algo que todavía hoy causa asombro porque ningún otro país lo hizo ni entonces ni después. En 1550 se convocó la denominada Junta de Valladolid en la que se produjo un debate excepcional para dirimir la legitimidad o no de las guerras de conquista. Por eso sorprende la opinión cerril de algunos políticos y analistas de hoy. El rey convocó a las dos visiones enfrentadas a debatir con argumentos. Por un lado, Juan Ginés de Sepúlveda y su tesis sobre el uso de la fuerza y la recuperación en América de la antigua teoría de la esclavitud natural de algunas razas y, por otro, Fray Bartolomé de las Casas, partidario de la evangelización pacífica y defensor del valor cultural y humano de los pueblos amerindios. Creo que deberíamos poner en valor la llamada por Fernández Buey Variante latina de la Ilustración. Una propuesta de tolerancia intercultural surgida en España y moralmente superior a la desarrollada siglos después en la modernidad occidental. Yo quiero ser patriota de esa versión de mi país.

*Doctor en Filosofía