Dense ustedes prisa, por favor». Así concluía la estremecedora entrevista que el presentador del Telediario del momento, Antonio Martínez Benítez , realizó a los investigadores Robert Gallo y Luc Montagnier . Todavía recuerdo ese instante como si fuese ahora. Los dos eminentes virólogos que desde los años ochenta protagonizaban una titánica competición por desentrañar las claves de la vacuna contra el Sida.

Más de 30 años después, la comunidad científica -aunque los avances son formidables- no termina de hallar la fórmula que conjure para siempre la citada enfermedad. Hoy, salvando las distancias, acariciamos una vacuna contra la pandemia que cambió el curso de la historia en este maldito 2020.

En un tiempo récord, la humanidad se ha sometido a una frenética carrera en búsqueda de la solución y lo ha logrado. Los países más dispares han dedicado talento y recursos para hallar diferentes vacunas que nos ayuden a doblegar un patógeno tan desconocido como letal.

Puede que no sean todavía soluciones perfectas e impecables pero constituyen la esperanza. Y sí, las naciones deberían imponer la universalización de la vacuna a toda la sociedad. Nunca el interés general ha estado tan vinculado a la interdependencia.

En este tipo de tragedias sucede que, o somos parte del problema o somos parte de la solución. Todos y cada uno. Invariablemente. Esta es la lógica que opera aquí. Para lo bueno y para lo malo. En la salud y en la enfermedad, como reza el ritual de ciertos enlaces. Si este maldito 2020 nos ha enseñado algo es la interdependencia de la especie humana. Estamos profundamente enlazados. Cada vez que escuchamos el virus chino o hace cien años la gripe española, no nos distraemos en lo anecdótico. Los adjetivos, como las fronteras, no son lo más importante. Nunca lo han sido. Lo verdaderamente relevante y sustantivo es combatir juntos cualquier peligro y cualquier azote a cualquier persona. Eso y solo eso marca nuestra estatura moral.

El negacionismo y el asomo de las posiciones antivacunas no solo contraponen los dictámenes científicos, sino que constituyen acciones de extraordinario riesgo contra la vida ajena. No estamos ante un debate de corte intelectual o teórico. Estamos contando muertos cada día.

No se entenderían contemplaciones o medias tintas. La vacunación emerge hoy como la gran esperanza. Acaso la única esperanza en un tiempo agónico. Alguien dijo que la esperanza es la vida misma autodefendiéndose. Hemos permanecido en el túnel más tiempo del que pensábamos. Todo parece indicar que la luz que comenzamos a ver no será solo la de otro tren que viene de cara. Esto ya lo hemos vivido y sufrido porque llevamos muchos meses confundiendo la vida con el sufrimiento. Las vacunas siempre han sido una consecuencia del esfuerzo y del talento humano. Una especie de rescate épico donde impera el dolor. Una liberación ante el tormento. Calamaro dice que la vida es como una cárcel con las puertas abiertas. Crucémoslas ya. H

*Doctor en Filosofía