En un par de días nos situamos en el 2021, un Año Nuevo que, como siempre, está plagado de incógnitas y también de esperanzas e ilusiones, ahora con la preocupación de la pandemia que se impone por encima de cualquier otra cuestión. Un hálito de esperanza aparece con la vacuna recién estrenada.

La celebración del Año Nuevo viene desde antiguo con un cierto carácter simbólico y catártico, la expulsión de los malos espíritus, las brujas, la limpieza ritual. Pero, eso sí, permanece todavía hoy el deseo secular de emprender una vida nueva tal como expresa el refrán: Año Nuevo, Vida nueva. Un sinfín de buenos propósitos que, tal vez, se incumplan o se conviertan en realidad. No arrastremos los problemas del año anterior, que han sido muchos, y sigamos el refrán de a mal tiempo, buena cara.

La universalidad de esta celebración es patente, si bien, atendiendo al calendario lunar o al solar las fechas son diferentes. Así, por citar alguna, ciertos países iberoamericanos festejan el Año Nuevo en el solsticio de verano (junio), el mundo musulmán en enero/febrero, los chinos y los judíos en fechas y actos distanciados de los nuestros, pero todos tienen similar finalidad: romper con el pasado y augurar un buen futuro. Los antiguos festivales ígneos tenían como protagonista al fuego; otra forma de destrucción y de purificación. Por eso los romanos ponían este tránsito bajo la advocación del dios Jano, quien tenía dos caras, una que miraba el pasado y otra hacia el futuro.

Es hora, pues, de reflexión inminente: aprender del pasado y esperar del porvenir un año de ilusiones y de buenos y firmes propósitos. Un pueblo puede vivir sin pan, pero no sin ilusiones. ¡Feliz Año! H

*Profesor