Hagamos las paces! Esta es una expresión que solemos usar con cierta regularidad en nuestra vida cotidiana, detrás de la cual se esconde un gran significado, especialmente, si se tiene en cuenta que «hacer las paces» implica poner en práctica una serie de medios en pro de la transformación pacífica del sufrimiento humano y de la naturaleza. Tanto es así que «hacer las paces» no es una tarea sencilla, que sucede sin más, aunque, en ocasiones, pueda parecerlo, sino que, para «hacer las paces», es necesario dialogar concienzudamente, a fin de ponerse en la piel de otras personas, con empatía y de manera colaborativa, hasta alcanzar ese reconocimiento que llevará a conocer, aceptar y comprender mutuamente las diferencias. De este modo, no cabe duda de que, al «hacer las paces», reconstruimos nuestras competencias pacíficas, aquellas que tenemos todos los seres humanos y que son de necesaria reivindicación si queremos habituarnos a vivir en paz. Una reivindicación que debe ir de la mano de una reflexión crítica, ética y creativa sobre el valor de la paz en las sociedades actuales, así como sobre el ejercicio de nuestras responsabilidades individuales y colectivas para la construcción y el establecimiento de culturas de paz, lo que, inevitablemente, depende de formas de interrelación no violentas y solidarias favorables a la igualdad y la justicia social.

El valor de las emociones no puede pasar desapercibido cuando se habla del «hacer las paces». Actualmente, son muchos los estudios que proclaman su importancia y las formas cómo influyen en las acciones que realizamos. Por ello, la construcción de la paz pasa a ser un quehacer ampliamente motivado por la restitución de nuestra capacidad emocional, la cual, en diálogo con la facultad de la imaginación moral, pone de manifiesto nuestras competencias para identificar qué es lo que sentimos y comprender qué es lo que sienten los otros sujetos, al tiempo que propone alternativas emocionales creativas al odio y sus discursos. Decimos creativas porque «hacer las paces» requiere una gran dosis de creatividad, de modo que, no sólo se fomenten formas de sentir proclives a la convivencia armónica, sino que, también, se fantasee con maneras no violentas de pensar y hacer las cosas, así como se imaginen alternativas pacíficas para la transformación de conflictos individuales y sociales.

Por lo tanto, la tarea de «hacer las paces» es un gran desafío para la ciudadanía del siglo XXI. Un desafío que debe afrontarse desde todos los ámbitos educativos, formal, no formal e informal, y desde edades tempranas, pues cuánto antes se dialogue con las y los niños sobre el valor de la paz y los medios necesarios para su construcción y establecimiento, antes se estará dando voz a una ciudadanía crítica, ética y creativa, habituada a cultivar semillas de paz y a transformar sus conflictos positivamente. Una ciudadanía resiliente que, constituida por auténticos agentes de paz, será capaz de afrontar estados de crisis con creatividad y de reclamar la igualdad de todos los sujetos, frente a discursos polarizantes perjudiciales tanto para el bienestar humano como para el cuidado del medio ambiente. De ahí, la importancia de celebrar el próximo sábado 30 de enero el Día Escolar de la Paz y la No Violencia, con el que se hace hincapié en el trabajo por la paz; en ese «hacernos las paces» tan necesario en todos los tiempos. Se hace imprescindible aprehender, entonces, que la tarea de la paz es una cuestión atemporal, así como que no solo le corresponde a grandes santos o héroes, sino que su fomento nos repercute a todas y todos, desde nuestras acciones cotidianas, por lo que aproximarla a las niñas y a los niños, desde el cultivo creativo de sus competencias pacíficas, es una labor ampliamente necesaria para idear otros mundos posibles.

Estas son algunas de las cuestiones que abordamos durante los dos años de duración del Máster Universitario en Estudios Internacionales de Paz, Conflictos y Desarrollo de la Universitat Jaume I de Castellón. El título se nutre de una gran diversidad de cursos teórico-prácticos, que nos acercan a realidades conflictivas y que buscan dialogar sobre posibles vías para su transformación pacífica. Este es uno de los motivos por el que el Máster tiene un amplio reconocimiento nacional e internacional, además de por su interdisciplinariedad, internacionalizacion e interculturalidad. Cada año académico, unos 60 estudiantes, con formaciones dispares y procedentes de lugares y culturas muy diversas, cursan el programa de la mano de un profesorado procedente de las más prestigiosas universidades y centros de investigación del mundo. Asimismo, la calidad del título viene avalada por sus 26 años de historia y por el paraguas institucional de la Cátedra UNESCO de Filosofía para la Paz.

«Porque tenemos alternativas, tenemos responsabilidad» es una de las tesis que da sentido a la filosofía para hacer las paces ideada por Vicent Martínez Guzmán , fundador del Máster, y que asienta el estatuto epistemológico del título. Evidentemente, tenemos alternativas para «hacer las paces». Solo depende de nuestra voluntad. En este sentido, en el 2021, nombrado como Año Internacional de la Paz y la Confianza, las y los pacifistas seguimos afirmando que somos realistas porque creemos, fehacientemente, en el valor atemporal de la paz, como quehacer que incumbe a todos los seres humanos; porque confiamos en que, con compromiso, esfuerzo y dedicación, es posible construir culturas para hacer las paces. H

*Directora de la Cátedra UNESCO de Filosofía para la Paz. Coordinadora del Máster Universitario en Estudios de Paz, Conflictos y desarrollo. Universitat Jaume I