Enuncio el último ejemplo, que me ha llegado por las redes sociales, de esa convicción obsesiva de que determinados acontecimientos de relevancia histórica o política son el resultado de la conspiración deliberada de grupos de poder. Cito: «En el índice nacional de defunciones a 22 de enero hay menos fallecidos que en los últimos cinco años. ¿Dónde está la pandemia? ¿Hay un Plan-demia ? ¿Estaremos delante de un plan elaborado minuciosamente? ¿Tendremos un gobierno colaborando en ese plan? ¿Estará también en ese plan una nueva élite mundial?». Al clickar sale una estadística del Ministerio de Sanidad en la que figura la lista de defunciones del 2020, que aparece como la más baja de los últimos cinco años. Seguramente será una fake news , pero muestra un estado de ánimo.

Somos adanistas . Nos queremos tanto que creemos que con nosotros empieza todo, que vivimos una experiencia única, que estamos ante un hecho singular, que no hay parangón. Y de eso nada. Para eso esta la historia --maestra de la vida-- . Epidemias ha habido siempre y mucho más letales que la que ahora nos aflige. Ya sé que no es consuelo, pero conviene no olvidarlo. En la Grecia clásica, en la Antigua Roma, en la Edad Media, donde la peste negra mató casi a la mitad de los europeos, en el siglo XX, la mal llamada gripe española, etc, etc. Afortunadamente, el saber humano, la ciencia, terminó con muchas de ellas. La viruela, por ejemplo, que hizo estragos entre nosotros y en los nativos americanos, y hoy está erradicada. Pero aunque pasen los siglos, en gran manera, nuestro comportamiento no cambia. Buscamos culpables, el chivo expiatorio: las brujas, los judíos, los inmigrantes, los de otra religión, la masonería, los homosexuales, los chinos, una élite mundial, los que se reúnen en Davos…

Alguien tiene que estar detrás, alguien debe manejar los hilos. Incluso, muchos de los que dicen «no chuparse el dedo», epígonos de la crítica de las ideologías , o adalides de la filosofía de la sospecha , no dudan en argumentar a favor de una teoría global de la conspiración donde grandes magnates de las finanzas, la política o las grandes multinacionales urden aviesamente un plan global de dominación. Sería muy interesante hacer una genealogía de esas mentalidades, que están presentes en todo el espectro ideológico, y allí podríamos encontrar cachitos de teleologismo aristotélico unido a no poco de providencialismo divino .

Para bien o para mal, en última instancia creo que para bien, no hay nadie a los mandos. No hay un amo del mundo. Ni un padre dadivoso y benevolente, ni el cartesiano genio maligno que confabula males sin fin. Todo es más complejo, azaroso y plural. Una serie de intereses diversos se entrecruzan de manera constante y entran en juego con valores, tradiciones, ideologías y formas de vida. Los más poderosos (vid Trump) realizan chapuzas sin fin (sive asalto al Capitolio). El poder está en vilo y las sociedades abiertas nos muestran diariamente sus grandezas y sus miserias. Es el fuste torcido de la humanidad o la sociable insociabilidad humana de la que ya hablaba, como no, nuestro maestro Immanuel Kant .

Pero pese a todo, E la nave va , como en la última obra maestra del gran Fellini . Y la humanidad, con su inacabable capacidad de adaptación, su infinita versatilidad y sus grandes ideales, sigue adelante. No está de más seguir luchando por esos grandes ideales que, por cierto, tan bien refleja el centenario filósofo francés, Edgar Morin , en su último libro: Cambiemos de vida. Lecciones de la pandemia . Veamos algunas de sus propuestas: «Mejorar radicalmente la formación de los jóvenes como individuos de una sociedad universal, vigilar la corrupción, los populismos, los nacionalismos xenófobos, reforzar la libertad de expresión y castigar las mentiras y persecuciones en la redes sociales, rechazar todos los materiales que contaminen, nueva fiscalidad, mayor presencia y autoridad de la Unión Europea. Hoy nuestra nación es el mundo». Pues eso, ¡por ahí va! Morin dixit . H

*Presidente de la Diputación