Una calle, una plaza, un parque o un recinto deportivo, vecinos: Vicente del Bosque necesita un nombre para el recuerdo en nuestro Castelló del Riu Sec. Claro como una lámpara y simple como un anillo. Así deberían entenderlo Amparo Marco, Begoña Carrasco, Ignasi Garcia, Alejandro Marín-Buck, Fernando Navarro y Ferrer Pons, ediles a la sombra de El Fadrí en la moderada, sociológicamente hablando, capital de la Plana. Porque Del Bosque se erige por derecho propio en ejemplo para hoy y para el futuro de deportividad y civismo. Bien es cierto que no acaban de entenderse nuestros ediles a la hora de encontrar el lugar adecuado donde construir un nuevo conservatorio; podrían consensuar, sin embargo, el nombre de Del Bosque y su tiki-taka sin inútiles polémicas verbales. Sería adecuado, en todo caso y además, que el serio Francesc Mezquita, responsable del asunto de las escuelas en el consistorio municipal, iniciase una campaña educativa entre los de primaria y la ESO. La sangre joven necesita equipo y deporte, y la altura ejemplar de Del Bosque en el ámbito de la convivencia.

Aunque no se trata, vecinos, de canonizar a un entrenador de fútbol. En puridad, a uno le incordian los meapilas, y prefiere la observación crítica del entorno como espejo de libertad. Y siempre resulta más provechoso optar por el tiki-taka, por el trabajo en equipo, en el campo de fútbol y en el Ayuntamiento. Del Bosque es discreto y sencillo. Uno no pretende poner de relieve su estancia en nuestro distrito marítimo del Grau; ni su paso, todavía ágil y joven con 20 años, por el club albinegro; ni su meritoria tarea con los dependientes, de los que sabe de sobra por inmediatez familiar. Importan, vecinos, un par de anécdotas significativas. La primera era en Bad Tölz donde el dialecto tirolés hace furor, y lugar donde disfrutó de vacaciones Thomas Mann.

Triunfo mundial

Fue poco después del triunfo mundial de la selección española, y mis compañeros en banquillo de jubilados, en el parque infantil y atentos al juego de los nietos, le preguntaron a uno que dónde vivía. Les contesté que entre Valencia y Barcelona. Uno de ellos se levantó, me estrechó la mano, me felicitó por el triunfo de la selección, y acabó un corto y espontáneo discurso, afirmando con énfasis que como Del Bosque no había dos y que un equipo es un equipo, y que a ellos les resultaba dificultoso hablar el alemán preceptivo que fijó Lutero en sus traducciones de la Biblia. Amen. Y la segunda anécdota tuvo lugar un par de años más tarde también por aquellos pagos. En un programa en la pequeña pantalla comentaban los partidos semanales de la Bundesliga. Estaba Oliver Kahn, el portero suabo de ceño fruncido y voz áspera. En las imágenes apareció un jugador que en solitario, desde las proximidades de su portería, avanzó con el balón, y como un rayo acabó con la pelota y un gol en la portería contraria. Furia germánica. El reportero del programa le preguntó a Oliver que qué le había parecido la jugada. Y Kahn le contestó con sequedad que Del Bosque habría enviado al jugador al banquillo. No había tiki-taka ni juego de equipo, como no lo hay en la Casa de la Vila de Castelló. Pero uno, vecinos, no entendió la alusión de Kahn a Del Bosque.

De nuevo junto al Riu Sec fui en busca de mis vecinos Salva Sabater y Javi Martínez, dos que tienen por el equipo del Castalia un fervor casi religioso: enarbolan siempre con orgullo la bandera albinegra, aunque pierdan en el estadio que se levantó junto al barrio de La Guinea. Me explicaron el tiki-taka y otras técnicas del balompié. Acabé por entender al anciano tirolés del banquillo, y a Kahn y a Del Bosque. Y concluí que el juego en equipo, en un gobierno de coalición en la capital de la Plana, anda por la estepa siberiana. Esperemos el segundo tiempo y la prórroga si la hay.