Cuentan los viejos de este lugar, que no es otro que Castelló del Riu Sec, que Hitler todavía vivía y que faltaría quizás casi un año para las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Los viejos eran unos rapaces por entonces de entre 10 y 12 años. No se enteraban muy bien de cuanto sucedía a su alrededor en aquella posguerra triste y mezquina. Ahora superan los 80, se acercan a los 90 y se vacunaron contra el virus. El curso 1944-1945 acudieron al colegio por donde las Escuelas Pías de Castelló, cercanas al parque de Ribalta. Y un día, alineados y disciplinados, se dirigieron con sus maestros al cercano parque: se inauguraba la Cruz de los Caídos vencedores. Oyeron cantar aquellos niños el texto del lírico Cara al Sol, el menos lírico del Oriamendi carlista y el todavía menos lírico texto del himno de las Juventudes Católicas de España. Recuerdan los gritos de rigor con que terminó la liturgia inaugural: José Antonio Primo de Rivera, presente, viva Franco y arriba España. A la anti-España republicana, roja, judía, masónica, de traidores y vencidos se la condenaba al exilio, olvido o paredón en aquella posguerra de silencios.

Y claro está, vecinos, la cruz del Rabí de Nazaret, por lo general símbolo de amor a Dios y al prójimo, adquirió en el parque de Ribalta unas connotaciones que no le había dado el Jesús del madero. Sucedió lo mismo a lo largo y ancho de nuestras Españas. Por eso esas cruces de héroes vencedores y caídos vencedores también evocaban y evocan con frecuencia el mito trágico de Antígona, la obra teatral que escribiera Sófocles hace como 2.500 años. Una tragedia griega, una heroína y un alegato contra todas las guerras inciviles entre hermanos. Voy a intentar resumir de forma escueta y clara la tragedia, vecinos: En Tebas estalla una cruenta guerra civil por el poder. Los hermanos Polinicio y Eteocles, instigados por Creonte, encabezan los dos bandos contendientes; los hermanos se enfrentan uno contra el otro, y mueren los dos en la pelea. Creonte, que toma el poder, legisla de forma dictatorial una ley que establece honrar al bando vencedor, el de Eteocles, que es enterrado con todos los honores, y condenar a los vencidos, Polinicio, a quedar insepulto y a que devoren los perros su cadáver. La ley de Creonte indica que quien honre o sepulte el cadáver del vencido, será condenado a ser enterrado vivo. Antígona entierra el cadáver de su hermano vencido, y es condenada a ser enterrada viva. Antígona sigue las leyes eternas de la piedad y no las leyes de Tebas, decretadas por Creonte. Antígona, vecinos, viene a ser aquello que no se puede hacer nunca: dividir al pueblo. Los viejos de este lugar, que es Castelló del Riu Sec, escucharon la historia de Antígona, y asintieron.

Cruz y pedestal en el Ribalta

Porque es evidente que la actual cruz y pedestal en el Ribalta, además de una agresión añadida al parque entre otras, vienen a ser un vestigio de la autoridad y las leyes del Creonte vencedor en la incivil contienda del 36. Su desaparición sería la desaparición de un vestigio de la división social. Por eso, cuando desaparezca el vestigio de Creonte, sería conveniente colocar en un rincón del Ribalta, sin deteriorar la naturaleza del parque, una cerámica o un pedrusco discreto que recuerde a todo vecino de Castelló al personaje trágico de Antígona. En ese pedrusco o cerámica deberían estar grabada con discreción una cruz, una media luna, la estrella de David y la escuadra y compás masónicos el yugo y las flechas de la falange y la hoz y el martillo de los estalinistas. Y en el valenciano de Les normes de Castelló inscribir una corta leyenda sobre vencedores y vencidos. Es una opción que aprueba sin rechistar Fernando Sánchez Codonyer (nombre cambiado que no ficticio) el viejo de este lugar que acudía de niño a las Escuelas Pías. Y que está convencido de que nosotros no somos responsables de la historia, pero sí de cómo la interpretemos.