Querido/a lector/a, durante la noche de las elecciones de Madrid y aún sin terminar el recuento, algunos amigos del PSOE mostraban signos de que el resultado les estaba afectando. No tenían miedo, pero expresaban preocupación. Y es que, todo apuntaba a que la derecha tendría mayoría absoluta, el PP doblaría, el PSOE se hundiría en su peor resultado, Podemos de Pablo Iglesias no llegaría a lo previsto, Más Madrid se dirigía a ser segunda fuerza y, la ganadora, la Ayuso, no representaba las maneras que deben armar a una sociedad que camine hacia los imprescindibles valores republicanos de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Así que era momento para las clásicas preguntas del ¿por qué? y el ¿qué hacer? y para la inquietud.

La realidad, al menos la mía, es que más allá de la natural preocupación y del imprescindible análisis posterior, no pasa nada irreparable. Los ciudadanos tenemos que asumir que la pérdida de unas elecciones en el marco de una democracia liberal, puede pisotear ilusiones o retrasar derechos, pero no representa algo irremediable. Tanto cierto que, de aquí a pocos años, nuevas elecciones y posibilidades de reajustar el presente y poder incidir en el futuro. Además, los cambios serios en la historia, tienen más que ver con largos procesos que con las pesadillas o alegrías de una noche. En última instancia no podemos engañarnos, una democracia institucional o política como la nuestra, que no es social ni económica, no es sinónimo de justicia porque solo es un marco jurídico que nos permite vivir en condiciones de desacuerdo. Y dicho sea de paso, ningunas elecciones ni resultado electoral suponen tener razón, solo legitiman el derecho a formar gobierno. Lo importante es que la reflexión del perdedor no se limite a entender e interpretar, sino que aporte conclusiones prácticas para cambiar lo ocurrido.

Analista político