Una monotonía de tono, orden, musicalidad semántica y estímulos visuales cuando menos cuestionables, empapan los mensajes que dan a conocer la salud mental. Como si se tratara de un ladrón de guante blanco emocional, penetra con sigilo y poca prudencia en una sociedad de consumo que devora sucesos, libros, series y películas cuyo argumento para entretener o desinformar tiene en el miedo el leitmotiv perfecto para conquistar público.

Una invasión de eufemismos estériles, palabras, expresiones, figuras retóricas morbosas, entre otras herramientas de persuasión, son los razonamientos que se repiten a intervalos ofensivos a lo largo de una oferta mediática demasiado simplista y apartada de la realidad, que da la espalda a un colectivo de afectados que además de cargar con el estigma propio de su patología, tienen que soportar una propaganda tendenciosa que les separa de los vecinos.

Crueles costumbres pseudointelectuales, hábitos adquiridos de redacción intolerables ejecutados en un momento social donde la posverdad es peor que la mentira, sabotean un esfuerzo de inclusión de afectados y familiares. Está demostrado que luego de la difusión de un suceso protagonizado por una persona con patología psíquica el índice de confianza con el colectivo de afectados se reduce a la mínima expresión, a pesar de que el índice de acciones dolosas perpetradas por enfermos mentales es un tanto por ciento residual.

También está comprobado que los roles de ficción que clasifican a una persona con trastorno mental grave como peligrosa, excéntrica, imprevisible… suscitan en la opinión pública comportamientos de no aceptación, y resistencia a compartir vida en común con alguien que ha sido retratado como un ser desequilibrado.

En calidad de persona con un trastorno bipolar, me pregunto de qué sirven las terapias, los centros de día, o cualquier acción a favor de la salud mental, si la fuerza de un titular morboso, el insulto en forma de diagnóstico de un tertuliano, el Oscar a la mejor película… tratan al enfermo como alguien que no es de fiar. ¿Valen la pena los esfuerzos de integración si estos no tienen la misma intensidad de reacción que los diseñados por los mass media? Solo 20 segundos de falacia en prime time tiran por tierra años de terapia y se burlan de los mecanismos para reducir el estigma. ¿Puede ser alentador cuidar mi salud mental si la gente considera que mi vida es el guion de una película de Tarantino? Quiero pensar que sí, pero los hechos me dicen lo contrario.

El día en que mis vecinos me dejen a su hijo para que puedan hacer compras a solas, cuando pueda tener un trabajo que no esté subvencionado por el paternalismo y no me conviertan en el tonto útil, estaré más cerca de la inclusión. Mientras, en las terapias solo puedo hallar el consuelo de ver a gente que está igual de hecha polvo que yo, y aprendo a ensayar fórmulas de sumisión que apagan, junto a la medicación, mis expectativas comunitarias.

Es como entrar en una tienda de disfraces y pedir, entre el surtido más hipócrita, aquella careta que una vez puesta no te haga desentonar con el resto de las personas que se definen como normales. Pocas veces una etiqueta convierte al etiquetado en un sujeto marginal. Las personas con trastorno mental grave, sea cual fuere su diagnóstico, están expuestas sin desearlo a una homilía sin consideración a su sufrimiento.

Una fórmula de exclusión cada vez más acentuada por tópicos que sortean el relato y los ejemplos de éxito de muchas personas con enfermedad mental, generando en consecuencia su desidia para vivir en comunidad. Piensan que no vale la pena. Un titular, un guion, puede encajarles en el ostracismo con la bendición de la comunidad.

Una vez escuché que la literatura no cuenta historias, sino maneras de contar historias. Y las relacionadas con la salud mental tienen, en no pocas ocasiones, una longitud de palabras que pueden confundir a una audiencia heterogénea que está muy cerca de la víctima: sus vecinos, trabajadores del supermercado, compañeros de trabajo, el tutor de la clase de tu hijo… Personas con las que a diario te vas a relacionar si el desprecio social no te obliga a refugiarte en casa. El lobo siempre será el malo si el cuento lo cuenta Caperucita.

*AFDEM