Acabo de leer una frase atribuida a Voltaire (en realidad se llamaba François-Marie Arouet), de fino y sarcástico ingenio, quien estuvo preso en La Bastilla y al salir en libertad, el Regente, que en el fondo creo que le respetaba, le dio, incluso, dinero para que pudiera subsistir, al tiempo que el recién liberado le imploraba: «Majestad, os agradezco que os ocupéis de mi manutención, pero os suplico que, a partir de ahora, no os ocupéis de mi alojamiento». ¡Qué ironía!

Este mismo personaje admiraba al enciclopedista Helvetius con el que entabló amistad y le dijo: «Amigo, es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado; debería usted huir de Francia lo antes posible». Naturalmente parece que Helvetius no le hizo caso. Y no solo la admonición es aplicable a las altas esferas, sino a las conversaciones con el otro, quien, supuesto entendido, no baja de las estrellas, las cuales, para dar luz, están demasiado altas.

Es este un proceso que vemos cotidianamente en foros públicos y privados. Si Sócrates decía aquello de «solo sé que no sé nada» (y el muy pillín lo sabía casi todo), sus pseudo-epígonos parecen negar el aforismo y decir «solo sé que lo sé todo». Los vemos y los escuchamos cada día. Por eso no los entendemos, están en la lejanía, en galaxias a años luz, y su reflejo, desgraciada o afortunadamente, según se mire, nos llega tarde o nunca.

Termino esta pesada digresión-reflexión, recordando a un sabio (Menéndez Pelayo), que cuando casi en el lecho de muerte le obligó el médico a dejar de leer y pensar, que él, el sabio, a regañadientes, se lamentó diciendo: «¡qué lástima morirse ahora con lo que me queda por leer y aprender…!» Ad exemplum.

Profesor