El inicio del verano marcado por el solsticio y un calendario escolar que pone fin a las clases ya llegó. Durante estas semanas los niños y las niñas de la Comunitat Valenciana disfrutan de les escoletes d’estiu, actividades lúdicas organizadas en sus municipios, de la piscina, río o playa.

Son días de calor acompañados de la alegría de acabar un curso atípicamente raro, donde la pandemia ha puesto la zancadilla a la socialización de estos pequeños en las aulas. Los docentes han tenido que trabajar duro para organizar sus aulas en función de la normativa sanitaria y se han sentido presionados por tener que cumplir directrices ambiguas.

Pero por fin acabó el curso, y empieza el verano donde reponer las pilas para nuevos obstáculos educativos. Como si de una yincana se tratara, el profesorado deberá prepararse para una planificación del aula con más alumnado al reducir la distancia de seguridad, a pesar de que el virus sigue suelto. Seguramente, también dispondrán de menos apoyos de docentes ante este aumento de la ratio y desconocemos qué va a pasar con los más de 4.000 docentes contratados durante este curso. Si se decide despedirlos, espero que no sea por WhatsApp como ocurrió en Sanidad.

La prueba de obstáculos aumenta con más inmersión lingüística en valenciano, con la imposición de impartir docencia en la ESO agrupando las asignaturas por ámbitos de conocimiento, y con unos servicios psicopedagógicos en el aire. Tantos cambios sin estudios previos que indiquen su validez no están gustando ni a los suyos y puede afectar a la calidad educativa. Qué decir, que a esta yincana se debe sumar la educación infantil privada que se ve abocada al cierre si la Conselleria no tiene en cuenta sus plazas a la hora de crear nuevas aulas en la educación pública. Me huele que, con tantos obstáculos, nos espera un verano calentito.

Diputada autonómica de Cs