Se quejan los vecinos de nuestro humedal costero de la plaga de mosquitos que se agudiza cuando calienta el sol. Las fumigaciones que se puedan realizar mitigan apenas las picaduras. La plaga y las quejas son una realidad. Como verdad es, y así se lo hicieron saber los vecinos a un edil del consistorio, que el deficiente desagüe en el humedal es el causante de embozos, y de la aparición en algunos inodoros domésticos de un surtido de porquería humana.

El edil de la oposición a quien los vecinos comunicaron el lírico evento, informó en un pleno municipal del mismo con tono vociferante y un pelín escatológico. Se le olvidó indicar al fogoso jovenzuelo que lo uno y lo otro, los mosquitos y la porquería, tienen sus razones de ser. Se construyó de cualquier forma durante medio siglo sobre un humedal. Eliminar mosquitos y embozos supone una tarea ardua; tan difícil como eliminar la humedad de la ciudad de Venecia que se construyó sobre una laguna.

Y se construyó inadecuadamente. Por motivos económicos, hacia finales de los 60 de la pasada centuria se eliminó el cultivo centenario del arroz en el humedal de la Plana Alta. En principio, se autorizaba la desecación para usos agrícolas de los campos arroceros. Pero además del uso agrícola apareció el ladrillo y el cemento. Y aparecieron de forma caótica y desinformada. El trabajador que levantaba su alquería o casita con el huertecillo alrededor, casi con toda seguridad desconocía que construía sobre un suelo con una capa freática muy elevada, que construía por debajo del nivel del mar, y con la turba milenaria a escasos metros de la tierra superficial. Quienes construían no eran ricachones de postín; eran gentes sencillas, con alguna excepción, que durante el despegue económico de los 60 se ilusionaban con una alquería y un huertecillo donde ocuparse del cultivo del tomate y la alcachofa los fines de semana. Ocupación lúdica, reconfortante y tradicional de los vecinos de Castelló del Riu Sec. Por eso nos merecen nuestros conciudadanos del humedal respeto. Pero quiso el diablo o permitió el Dios del Sinaí, que se edificara de forma alegre y permisiva sin orden ni concierto, ni respeto al humedal que nos regaló la Pachamama, la madre naturaleza.

Quiso el cielo o Satanás que los consistorios presididos por Francisco Granjel y Vicente Pla, durante el tardofranquismo y la transición, y por Antonio Tirado, Daniel Gozalbo, José Luis Gimeno, Alberto Fabra, Alfonso Bataller y Amparo Marco, en los 40 años de elecciones locales democráticas, quiso el cielo digo, que dichos consistorios ni ordenasen ni pusiesen las cosas en su sitio en temas que tanta polémica originaron y originan en el ámbito urbanístico. Granjel y Pla quizás miraban hacia otro lado ante la incertidumbre a la que les podía llevar los cambios políticos y sociales que se avecinaban; es más que probable. La inacción de la consistorios posteriores al 1979 tiene otra lectura: el electoralismo, o tendencia a actuar buscando ante todo el éxito electoral: si tomamos esta o la otra medida necesaria vamos a perder muchos votos, y en el humedal hay miles de votantes. Al final se sigue edificando de forma desacertada y se pierden las elecciones: la fábula de las ranas que nos contó Esopo y su moraleja, reescrita, entre otros por La Fontaine y Samaniego, y a la que aludía Cervantes. Las ranitas le piden a Zeus un rey. El dios les arrojó un tronco. Se asustaron. Luego, viendo que el rey-tronco no hacía nada, se burlaron de él, y pidieron a Zeus otro rey. Zeus les lanzó una serpiente que devoró a los batracios. No esperemos la serpiente, sino un Plan General de Urbanismo, que aporte orden y concierto a nuestro humedal. Veremos.