La pregunta bíblica Quo vadis, Domine?, dicha por Pedro en la Via Apia al encontrarse con Jesús, ha suscitado en mí un nuevo y actual interrogante: ¿Hacia dónde vamos? Pues este mundo me sorprende cada día más y me retrotrae a las palabras de mi admirado Sócrates: «Solo sé que no sé nada».

Verán. Hasta ahora yo sabía, como muchos, de la existencia del amor y algunas de sus definiciones en la antigüedad: Eros, Ágape, Philia y Storgé, más o menos. Pero al leer una noticia reciente me encuentro con una sorpresa doble: por una parte, una influencer polaca acaba de vender, en exclusiva, por un precio innombrable, «su amor», un sentimiento, en forma de un token no fungible, con lo que, a la lista clásica, habrá que añadir ahora una nueva clase dentro del ámbito --más o menos-- digital, casi como el de Pigmalión. Y, por otra, la segunda sorpresa --menos conocida-- la existencia de la forma de pago no ya con las conocidas criptomonedas en general --bitcoin, ethereum, etc.-, sino con la fórmula de esa misma venta de sentimientos de las denominadas NFT (non-fungible token, en inglés). Esto me recuerda al jefe indio Seattle cuando le decía al presidente de Estados Unidos, quien quería comprar las tierras: «¿Cómo puede vender o comprar el cielo o el calor de la tierra o el aire tan valioso para el piel roja?». Y yo mismo me pregunto, ¿cómo pueden venderse los sentimientos, el amor, etc.?

A este paso en cualquier momento podremos comprar tres onzas de ética, dos piezas de honor, una de libertad, situarlo en el mercado digital y publicitarlo, a la vez, en las redes sociales a buen precio, acompañado de los más diversos sentimientos. De nuevo digo con Mafalda: ¡que se pare el mundo, quiero bajarme! Quo vadimus…? ¿A dónde vamos?

Profesor