Hace veinte años hizo furor un contorsionista argentino conocido como Zamorate. El tipo, que medía 1,80, era capaz de introducirse en una botella de 45 centímetros, realizando una alucinante exhibición de adaptabilidad del cuerpo y la mente, más allá de la fisiología y la física. El artista era la máxima atracción del Gran Circo Mundial y las crónicas del momento, incluido el ABC de Sevilla, describían a Zamorate como un ser sobrenatural, inimitable.

Entonces no conocíamos a Pedro Sánchez, quien, estos días de brutal ola de calor y mientras estallan los contadores de la luz, disfruta de vacaciones en La Mareta, el palacete que Hussein de Jordania regaló a Juan Carlos I y éste cedió a Patrimonio Nacional. El pasado miércoles Sánchez aprovechó un acto en la casa en Lanzarote del Nobel Saramago para demostrar, una vez más, que el descoyuntado Zamorate era un aprendiz al lado del presidente del Gobierno.

En la que fuere residencia del escritor portugués, Sánchez exhibió seguridad, aplomo, sonrisa de galán y mirada de engatusador. Los ya conocidos ingredientes de quien es capaz de hacernos creer, por lo menos intentarlo, que Nerón no incendió Roma sino que fue el precursor del cuerpo de bomberos. Soltada la propaganda en sus frases alambicadas, no dijo ni mu sobre el recibo de la luz, cuestión que tiene a la ciudadanía en un sin vivir y a sus socios de Podemos en pie de guerra. Hoy el precio de la electricidad alcanzará la cota más alta jamás registrada: 117,29 euros el megavatio-hora. Mientras, España está en alerta amarilla por altas temperaturas y el ciudadano se retrae de poner el ventilador, temeroso de la estocada de las eléctricas. Y Sánchez sonríe.

Periodista y escritor