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Basilio Trilles

BABOR Y ESTRIBOR

Basilio Trilles

La visita de Juan Carlos I

El colega Fernando Ónega ha sido heraldo del regreso, en plan visita, de Juan Carlos I a España. El próximo fin de semana el rey emérito estará en Sanxenxo y antes de regresar a Emiratos Árabes hará parada en Zarzuela, aunque no podrá pernoctar por decisión de la Casa Real. O sea, por voluntad de su hijo Felipe VI que procede a consumar lo que el Gobierno de Pedro Sánchez entiende por «políticamente correcto». Libre de imputación alguna, el monarca que simbolizó la democracia y la prosperidad no sabemos hasta cuándo deberá seguir sufriendo semejante diáspora de la que en su niñez ya tuvo amarga experiencia, al igual que su padre Don Juan de Borbón, para muchos monárquicos Juan III.

La ingratitud suele ser moneda corriente en el devenir del ser humano, circunstancia que adquiere dimensiones insospechadas cuando entran en liza los intereses políticos que confluyen en el intento de demoler un Régimen, en este caso el de la Constitución del 78, que tantas y fructíferas glorias ha dado a nuestra patria. En cierta ocasión el cardenal Richelieu le dijo a Luis XIII, de cuyo tronco desciende nuestro emérito, que pusiera en sus manos al hombre más honrado de París: «En 48 horas lo habré convertido en un criminal». No es el caso del nieto de Alfonso XIII, cuyos errores ni él mismo oculta. Empero, la debilidad de la Corona y el cóctel político que alumbra la gobernabilidad del país invitan a recordar al temido Richelieu en el momento de valorar la lamentable gestión sobre el destino del personaje clave en la construcción del Estado de derecho que alumbra nuestro sistema de libertades, cuyo proceso aún hoy es motivo de admiración, tras superar ejemplarmente cuatro décadas de dictadura franquista.

Juan Carlos I, junto a Suárez y Tarancón, no solo se la jugó abriendo las espitas de la libertad con rapidez y valentía (el Partido Comunista fue legalizado en la Semana Santa de 1977. Ojo al dato), resultó el mejor de los embajadores en los ámbitos internacionales mostrando la nueva realidad española. Y para los amnésicos resulta instructivo recodar el papel del hoy denostado monarca en el 23-F, aquel día que Tejero y un grupo de guardias civiles asaltaron el Congreso.

Exilio de Suiza

En diciembre de 1945, en el exilio de Suiza, Don Juan de Borbón realizó unas declaraciones al periodista Nerin E. Gun para la Gazette de Lausanne. El plumilla preguntó si sería posible conciliar la Monarquía con un régimen interno democrático como el de Inglaterra. La contestación es rotunda: «Mis colaboradores y yo mismo no dejaremos de hacer, con toda la sinceridad posible, todo lo posible para que se establezca en España un régimen democrático, régimen que recordará a los de Gran Bretaña, Estados Unidos, Holanda, países escandinavos». Luego Don Juan habla de «una Constitución refrendada por sufragio popular; reconocimiento de los derechos de la persona humana y de las libertades políticas; establecimiento de una Asamblea legislativa elegida por la nación; larga amnistía política y reconocimiento de las particularidades regionales».

Los deseos del Conde Barcelona los hizo realidad su hijo, 30 años después. El cómo Juan Carlos I logró honrar el legado político de su padre y hacer posible los anhelos de la mayoría del pueblo español tiene como resultado una de las páginas más brillantes de nuestra historia. Historia cuya manipulación sectaria tanto efecto negativo causa en las nuevas generaciones, ignorantes de demasiadas cosas.

Periodista y escritor

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