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Cristina Giménez García

La ventana de la UJI

Cristina Giménez García

Día mundial sin tabaco, también por el medio ambiente

No siempre ha sido tan evidente la corresponsabilidad de la ciudadanía y los gobiernos en el cuidado del entorno ambiental

El impacto que el consumo de tabaco tiene sobre la salud de quienes fuman parece evidente desde hace décadas. De hecho, numerosos estudios han evidenciado las múltiples repercusiones que tiene para el sistema cardiovascular o respiratorio, además de su efecto directo en enfermedades tan prevalentes como el cáncer. Más todavía, estos estudios nos han hecho ser conscientes de que las consecuencias del tabaco, también afectan al entorno.

En este sentido, entre las personas fumadoras pasivas, se ha evidenciado una mayor probabilidad de padecer problemas respiratorios y cardiacos, en comparación con aquellas otras que viven en entornos libres de humo. Claro que, dado el impacto medioambiental que conlleva el consumo de tabaco, costaría creer que todavía hoy en día disponemos de alguno. Según la Organización Mundial de la Salud (2021), tanto el proceso de producción como el de consumo de tabaco deterioran notablemente el medio ambiente, por ejemplo, en la medida en que la creación de las plantaciones de tabaco contribuye a la deforestación y a la merma de la calidad del suelo.

Al mismo tiempo, según la OMS (2021), su proceso de producción conllevaría una emisión de gases de efecto invernadero equivalente a 84 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono. Este y otros hechos, se sumarían a la cantidad de residuos generados en espacios naturales, como las colillas que las personas fumadoras tiran en bosques y playas, además de en entornos urbanizados.

Teniendo en cuenta todas estas repercusiones, cabría esperar que el consumo de tabaco fuera casi inexistente. Sin embargo, según el Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones (2021), el 70% de las personas entre 15 y 64 años lo habrían consumido alguna vez y el 32,3% fumaría diariamente, siendo difícil de contabilizar cuántas personas lo hacen de modo pasivo. Si le preguntáramos a muchas de estas personas o a nosotros mismos si nos importa nuestra salud, seguramente, diríamos que es algo fundamental, aunque a nivel práctico, las urgencias, la inercia del hábito, la presión, el entorno social o las responsabilidades cotidianas lleguen a relegarla a un tercer o cuarto lugar, llegando incluso a mantener el consumo de tabaco.

Teniendo en cuenta la gravedad de esta situación, desde las Ciencias de la Salud, así como desde otras disciplinas, intentamos promover acciones de alfabetización para la salud que permitan, en línea con lo que propuso la OMS (1998), mejorar conocimientos, actitudes y habilidades que motiven y capaciten a las personas para potenciar y mantener su calidad de vida.

De esta forma, las estrategias de sensibilización, formación en competencias de autocuidado y alfabetización en salud, han mostrado ser eficaces en la disminución del uso del tabaco (García-Mayor et al., 2019; Lidón-Moyano et al., 2017; Perez-Rios et al., 2015), junto a otras propuestas como el Convenio marco para el control del tabaco de la OMS que ha facilitado una mayor regulación en la publicidad del tabaco o la restricción de su consumo en determinados espacios.

Sin embargo, en este camino de la promoción de la salud, emprendido en Alma Ata en 1978 y reafirmado hasta en la última conferencia en Shanghái (2016), no siempre ha sido tan evidente la corresponsabilidad que la ciudadanía y los gobiernos han tenido en el cuidado y mantenimiento del entorno ambiental; un entorno ambiental silencioso que ha posibilitado nuestra calidad de vida, pero que, como muchas otras cosas, no hemos empezado a atender hasta que ha comenzado a deteriorarse. Parece que fuera consustancial al ser humano ser poco consciente de la importancia de las cosas hasta que las pierde o está a punto de hacerlo. Y es en este punto en el que nos encontramos, en el que tanto los hallazgos científicos como las organizaciones internacionales insisten en la urgencia de cuidarlo: el tabaco, tal y como muestra la OMS (2022), también se ha convertido en una amenaza para el planeta.

Así pues, parece necesario incorporar un enfoque sostenible en nuestra rutina y nuestros estilos de vida que pasaría, seguramente, por un cambio de paradigma que no premie los beneficios inmediatos ni la búsqueda de lo urgente, sino de aquellas recompensas que obtenidas en el medio plazo tienen un menor impacto ambiental y son más duraderas en el tiempo. En este cambio de paradigma, además, será necesario que la sociedad civil se implique, pero que también los gobiernos, los entornos ocupacionales y los comunitarios, asuman su responsabilidad y articulen espacios de trabajo conjunto que permitan complementar las acciones y retroalimentar los esfuerzos. En caso contrario, será complicado que construyamos estilos de vida sostenibles, siendo conscientes de nuestra responsabilidad de cuidar el entorno, asumiendo la toma de decisión y llevando a cabo acciones que quizá resten algo nuestra comodidad inmediata, pero puedan ayudarnos a proteger la biodiversidad a medio plazo y mejorar la salud del planeta que, al fin y al cabo, también es la nuestra.

*UJI Hàbitat Saludable

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