El Periódico Mediterráneo

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Francesc Michavila

INQUIETUDES DE UN EUROPEO

Francesc Michavila

El caso de Hungría

Las instituciones comunitarias no podían permanecer pasivas ante el desprecio a los valores democráticos

El comportamiento de los gobernantes húngaros ha rebasado los límites admisibles de la convivencia en el seno de la Unión Europea. La respuesta de las instituciones europeas empieza a adquirir un sentido ejemplar ante quienes no respetan los principios esenciales que fundamentan nuestro modo de vivir juntos. De manera creciente, en los últimos años el presidente Orban ha incumplido, incluso ha desafiado, las esencias del Estado de Derecho y los fundamentos democráticos que sustentan el proyecto europeo. Son muchas las provocaciones: la libertad de expresión coartada, los derechos sociales reprimidos, la oposición sistemática a cualquier iniciativa que facilite el progreso de la unificación de los europeos, la abierta protección de los movimientos populistas eurófobos, su posición quintacolumnista contra la defensa firme de la Unión Europea del pueblo de Ucrania ante la agresión rusa…

Frente a sus muestras de desprecio a los valores democráticos que constituyen la razón de ser de la construcción europea, las instituciones comunitarias no podían permanecer pasivas. El 15 de septiembre, el Parlamento Europeo aprobó una resolución que denunciaba la vulneración por los dirigentes húngaros de la legislación sobre el Estado de Derecho que rige la convivencia de los europeos y calificaba a Hungría como «un régimen híbrido de autocracia electoral», o sea, le negaba el carácter de democracia plena y denunciaba que el Gobierno magiar socavaba los valores europeos compartidos e instaba a la Comisión Europea a que actuase. Nunca una denuncia del Parlamento Europeo había sido tan contundente con el déficit democrático de uno de los Estados miembros.

Cumpliendo esa resolución parlamentaria, la Comisión Europea ha propuesto al Consejo Europeo la suspensión de la entrega a Hungría de 7.500 millones de euros de fondos comunitarios del Plan de Recuperación, ante la falta de garantías de su correcta asignación por las prácticas corruptas del Gobierno de Orban. Entre 2014 y 2020 su país recibió 27.200 millones de euros europeos (el 60% de la inversión pública húngara), con la peculiaridad de que a la mitad de los concursos públicos para las asignaciones solo optó un único postor, algo muy sospechoso de irregularidades sistemáticas.

Hungría no es el único país de la UE cuyo comportamiento democrático es insatisfactorio en cuanto a transparencia gubernamental, el respeto a quienes difieren de la opción gobernante o la separación de poderes. Polonia ya se adentró por esa senda hace un tiempo, sin que haya recibido una respuesta tan tajante a sus insuficiencias democráticas. La invasión rusa de Ucrania ha provocado la salida de millones de ciudadanos de ese país huyendo de la guerra y la muerte. Polonia les ha abierto generosamente sus puertas y les ha dado cobijo, lo que, por otra parte, ha aliviado de un flujo migratorio elevado a otros países de la UE. Puede que sea esta la causa, llámese realismo político, de que las infidelidades de los gobernantes polacos con Montesquieu no se tengan en cuenta… por ahora.

No es improcedente buscar algún porqué de estas anomalías democráticas en los países del Este de la Unión.ay que acudir a la Historia para hallar alguna explicación, aunque no todas. No encuentro imagen con más fuerza de la voluntad unificadora europea que la de Helmut Kohl y François Mitterrand cogidos de la mano visitando el campo de Auschwitz; sin embargo, la Alemania que participó desde el primer momento en la construcción política europea, siendo uno de los seis firmantes del Tratado de Roma en 1957, soportaba la espantosa losa de sus años de totalitarismo y los crímenes nazis, cual Sísifo moderno. En pocos años los alemanes se convirtieron en la primera potencia económica de la Europa Occidental, y la República Federal Alemana en el país que más recursos aportaba a la construcción de la futura Unión Europea. Lo hizo con generosidad, y de los Fondos europeos se beneficiaron muchos países, entre ellos España. Tal fue el caso de los Fondos de cohesión, creados tras el Tratado de Maastricht, asignados en la cumbre de Edimburgo para el desarrollo regional en países con nivel de renta inferior al 90% de la media comunitaria, para infraestructuras de transporte y la energía. Tal fue el caso de España, con autovías y trenes de alta velocidad.

Como la industria alemana y su producción de bienes de consumo habían tenido en el pasado uno de sus principales mercados a los países del Este de Europa, tras la desaparición del bloque soviético se extendió la idea de acelerar la ampliación de la UE hacia su Este. En 2004, a los quince países integrantes de la Unión se sumaron ocho del Este: Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia y Chequia; en 2007, se añadieron dos más, Bulgaria y Rumanía, y Croacia en 2013. Todos ellos habían recuperado pocos años antes sus sistemas democráticos y veían en su integración europea una vía para la obtención de mayores recursos. Su rápida incorporación, a la vez, resituó el centro geográfico hacia el Este, en la misma Alemania, y aumentó el protagonismo comercial alemán, junto al peligro de su precipitación. Un crecimiento hacia el Este demasiado acelerado comportaba riesgos futuros, como ahora lo muestra el caso de Hungría.

En un artículo titulado Escuela y despensa (homenaje a Costa), Fernando de los Ríos, recordaba cómo, en 1910, durante una cena en su casa, Giner, a la afirmación de Costa de que «hacía falta un hombre» para superar los problemas políticos de entonces, le respondía: «no, lo que hace falta es un pueblo». De ahí el valor supremo de la educación. Así era y así es, sea en Hungría o en otro país cualquiera. Ningún líder puede suplantar al pueblo, sustituirlo o interpretarlo, en ningún caso. Los atajos llevan al abismo, aunque lo nieguen Orban y sus imitadores.

*Hijo Predilecto de Castelló y Rector Honorario de la Universitat Jaume I

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