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Carlos Hidalgo

LA RUEDA

Carlos Hidalgo

El rostro, el espejo del alma

Existe una curiosa anécdota que dice que una vez Abraham Lincoln rechazó a un ayudante solo porque no le gustaba su cara. Un adjunto le dijo que, en realidad, era una persona de 50 años, muy preparada, que podía aportar mucho a su gabinete personal. El presidente le respondió que una vez se pasa de los 40, todos somos responsables de nuestra cara, y la de aquel hombre no le inspiraba confianza.

Por extraño que parezca, la idea de Abraham Lincoln no es del todo equivocada. Así, diferentes estudios demuestran que, llegada una cierta edad, el rostro del ser humano acaba por reflejar las expresiones que más habituales han estado en nuestra cara, la cual ha ido moldeándose con el tiempo de acuerdo a las actitudes que han dominado nuestra vida.

El maestro del renacimiento Leonardo da Vinci utilizó a modelos reales para llevar a cabo, durante siete años La última cena. El modelo que sirvió para la imagen de Jesucristo fue un joven de 20 años con un rostro inocente y pacífico. En los siguientes años, fue trabajando el resto de personajes dejando a Judas para el final. Para él buscaba a un hombre con una expresión dura y fría.

El maestro sacó del calabozo a un persona que tenía el rostro marcado por el rencor y la avaricia. Durante meses ese hombre se sentó frente a él mientras realizaba su tarea. Al terminar, el prisionero le dijo: «Maestro ¿No reconoces quién soy?» Leonardo le miró y le respondió que no. «¿Tan bajo he caído? --respondió el modelo-- ¡Yo soy aquel joven cuyo rostro escogiste para representar a Jesús hace siete años!».

¿Tanto puede cambiar el rostro de un hombre debido al tipo de vida que ha llevado?

Lo cierto es que sí. Padecer sentimientos negativos como la amargura, la inquina o la tristeza, dejan su huella en el rostro, siendo este la parte más sensible del cuerpo y la que más revela de nuestro interior.

Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)

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